Una lágrima y una sonrisa. El hasta pronto del Padre Carlos Calzado honrando el día del amigo de este año, duele y conmueve. El cura que hizo de sus últimos 50 años una vida de vocación, entrega y de servicio desde la Catedral María Auxiliadora, nos ha dejado un espacio vacío entre sus ladrillos rústicos y en los corazones de los amigos que lo vamos a extrañar.
No hay quien no tenga una anécdota suya. Una palabra, una charla, una visita a bendecir a los enfermos día y noche, en cada clínica y hospital de Neuquén. Siempre estaba cuando lo necesitaban. Un legado que no se mide en currículum, sino en huellas imborrables.
En esta especie de “in living memory”, quiero compartir una de las vivencias más inusuales que grabaron mi adolescencia. Una tarde en casa me sorprendió una llamada telefón