Ochenta años, redondos y precisos como la medida de un jigger de acero inoxidable en la mano de un maestro, se cumplieron por estos días del 17 de octubre de 1945. Como quien debe destilar el espíritu de la época en una copa, se leen libros, uno tras otro, en la tarea de encontrar un personaje que no sólo haya vivido la historia del movimiento peronista, sino que haya sido, a su modo, una de sus tantas piezas olvidadas. Una figura que, en la alquimia de la vida, haya conocido la dulzura del éxito por ese vínculo y la amargura del destierro por ese mismo lazo inquebrantable.

Mientras la hora del cierre apura y el aire se satura de la urgencia del papel, surge ahora la silueta de un hombre que le regaló a la Argentina un campeonato mundial: Santiago Policastro. Más conocido por su sobrenomb

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