Aficionados y profesionales, talentosos y aprendices, quienes juegan ajedrez son testigos de un secreto milenario escondido entre sus piezas. No me refiero al origen del juego, que algunos rastrean en antiquísimos juegos de mesa orientales, como el xianqi de los chinos, el markruk tailandés o su pariente más antiguo conocido, el chaturanga indio, del que se hace mención en textos ancestrales como el Majábharata del siglo III a. C. Me refiero en realidad a que, como dice Borges en aquel famoso poema, el ajedrez permite contemplar, de un modo u otro, los rigores de la propia existencia.

Lo más obvio tiene que ver con las piezas mismas. Su forma alude a los distintos estratos sociales de las sociedades pasadas : reyes, caballeros, pajes y castillos, pero sobre todo peones: a cada pieza le

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