, más que una fotógrafa, es un clima artístico. Recogida sobre sí misma, de riguroso negro, pero de un negro infrecuente, un negro que reclama elegancia y no luto, despliega en el habla la serenidad de los que han uncido el tiempo exterior, el de los relojes y los campanarios, al suyo propio, que cuenta con minuteros de mayor humanidad. Una domesticación de las horas, de las premuras, de las urgencias, que le ha dejado de vuelta una plática serena, sin los estremecimientos y temblores de las prisas. Esta creadora, admiradora del Quattrocento, sorprende con una declaración sobre la base que fundamenta sus fotos: «Para ser una buena fotógrafa, primero debes tener cultura. Tienes que leer mucho, ver mucha pintura, ver mucha fotografía y tener pasión y disciplina. La pintura, la literatura y

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