En un país demasiado a menudo reducido a titulares sobre la cocaína, un círculo de artesanos y diseñadores colombianos está enseñando una verdad más silenciosa: la hoja de coca puede teñir lana en lugar de alimentar guerras, y una planta largamente demonizada aún puede nutrir la belleza, la dignidad y el sustento.
De “Mata que mata” a una paleta de verdes
Solo hace falta una olla, un puñado de hojas y paciencia. En un pequeño taller en Sutatausa, la artesana Luz María Rodríguez remueve una infusión de polvo de coca sobre un fuego de leña. Su objetivo no es la química, sino la redención. Sumerge una tira de tela blanca en la olla, observa cómo cambia de amarillo pálido a verde musgo y sonríe. “No es una planta mala; podemos darle un buen uso”, dijo a EFE, con palabras firmes y revoluciona