Desesperados, nerviosos e iracundos, los funcionarios actuales de la Universidad personifican los estertores de una administración que se desmorona por falta de legitimidad, por su arrogancia y por su incompetencia.

Esta generación de funcionarios no sólo ha sido la responsable de la condición anómica de la Universidad, sino de la peor crisis institucional de la que se tenga memoria. Durante cuatro años contemplaron el deterioro, fueron incapaces de generar las reformas necesarias y de cumplir con sus compromisos: no hubo liderazgo académico. Contribuyeron a la pérdida de institucionalidad, cerraron arbitrariamente un centro de investigación, violaron los derechos humanos, dañaron el patrimonio con el fraude académico de las aulas híbridas y con el subejercicio presupuestal; fueron incapa

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