La muerte de cualquier periodista disminuye. Por eso no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por nosotros. La muerte casi repentina, casi a traición, casi sin causa de José María Ayala, delegado de ABC en Castilla y León, nos lleva al abismo de la pena. Y la pena nos deja plomo en las alas. Era Ayala un periodista consciente y constante, pero también dedicado, ilusionado y apasionado. Discreto y humilde, como marcan los cánones de los periodistas clásicos que se dedican día y noche a la información y a configurar un periódico con el que interpretar la realidad regional de costa a costa. Pero el cáncer a veces es feroz y no distingue en el oficio ni repara en la virtud. Nos iguala a todos con una crueldad intolerable. Pasó una docena de años codo con codo con José Luis Martín, el

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