La escalada arancelaria de Trump ha generado meses de resiliencia, pero el otoño atisba presiones en las cestas de la compra de un G-7 cercado por una deuda del 110% y unos agujeros presupuestarios del 6% de su PIB conjunto
José Juan Ruiz, economista: “A Trump le está saliendo bien, cada país al que se enfrenta acaba aceptando”
La calma precede a la tempestad. El dicho, muy habitual al analizar escenarios económicos o bursátiles, ha sorteado en verano los negros presagios que el mercado venía desvelando desde el retorno Donald Trump a la Casa Blanca. Las vacaciones fueron casi de sueño estival desde la óptica bursátil, con subidas que rozan las cotas históricas en Wall Street, solo interrumpidas por nuevos frentes comerciales dentro de las hostilidades desatadas por el presidente norteamericano y la Casa Blanca. Sin embargo, según varios analistas parece cuestión de tiempo que la economía prepare un baño de realidad y rebaje la temperatura a la fiebre inversora por la IA que ha diluido la aversión al riesgo mientras insufla aire a una burbuja tecnológica que recuerda a la crisis de las punto.com, aunque con sus propias cumbres borrascosas en el horizonte.
La inflación es la última pieza que ha aparecido en el punto de mira de los analistas para advertir de la existencia de riesgos sistémicos a la vista. En especial, en el G-7, con EEUU como catalizador de los precios, pero con Reino Unido como su socio más inflacionista –con un IPC en el 3,7%, casi el doble del límite estatutario del Banco de Inglaterra (BoE) y con visos de instalarse en un círculo vicioso a los ojos del FMI– y Japón acomodando su cesta de la compra por encima del 3% después de decenios de deflación.
“La mayor parte del sobrecoste de precios de la espiral arancelaria de la Administración Trump ya recae sobre las empresas americanas y deja una repercusión gradual de las facturas sobre los consumidores que se traduce en claras presiones alcistas en el IPC”, afirma a Reuters el profesor de Harvard, Alberto Cavallo. Una lectura que la Casa Blanca se apresuró a revertir; en línea con la lectura oficial trumpista de que el peaje aduanero y las medidas proteccionistas las sufragarán los sectores exteriores extranjeros y que las rebajas de tipos de una Reserva Federal sometida a interferencias constantes a su independencia contribuirán a dinamizar de nuevo la economía y el mercado laboral. “Las firmas foráneas ya diversifican sus cadenas de valor, adecúan sus estrategias corporativas a los aranceles recíprocos y sectoriales y están trasladando su producción a EEUU”, acaba recalcando uno de sus portavoces.
Sin embargo, el consenso va por otros derroteros. Habrá más que probables subidas de precios en los meses otoñales.
Cavallo y su equipo de investigadores han rastreado el precio de casi 360.000 productos, desde alfombras hasta café, y concluyen que los costes de las importaciones se han encarecido un 4% desde el inicio de la escalada arancelaria, a principios de marzo, y los de los bienes made in USA, otro 2%. Muy en especial, mercancías adquiridas del exterior con déficit productivo en EEUU o que proceden de mercados altamente penalizados por las tarifas recíprocas como Turquía, India o Brasil, cuyos exportadores han elevado sus envíos en dólares para corregir sus efectos, aunque también, en paralelo, para abordar la depreciación del billete verde americano, la moneda que domina los flujos comerciales. Esta tendencia sugiere, según el Budget Lab de la Universidad de Yale, que los sectores exteriores extranjeros “no están absorbiendo prácticamente nada de sus nuevos costes arancelarios”, en contra de las consignas lanzadas desde Washington.
Algunas firmas como Reed Smity, dedicadas a investigación de Comercio Internacional, aseguran que las tres cuartas partes de las empresas europeas, asiáticas y de Oriente Próximo que venden a EEUU han subido precios con el propósito de mantenerlos en el futuro. En la práctica totalidad de industrias y rúbricas. Para Stephen Miran, nuevo gobernador de la Reserva Federal (Fed) nombrado a dedo por Trump y, hasta este verano, su máximo asesor económico, minimiza estas prácticas, que interpreta como “cambios relativos en los costes de ciertos bienes”. A pesar de que para su ahora jefe y todavía presidente de la Fed, Jerome Powell, los aranceles ya añaden entre 3 y 4 décimas a una inflación subyacente que navega en el 2,9%, igual que el índice general. O de que la autoridad monetaria haya emprendido las rebajas de tipos que el mercado espera que inauguren una etapa neutral desde la actual, dentro de niveles considerados restrictivos.
El impulso inflacionista estadounidense también se aprecia en Reino Unido. El FMI acaba de dar a la economía británica su peor pronóstico de precios para 2025 y 2026, con registros de alzas del 3,8% en los meses estivales, dentro del espectro industrializado. Con Japón y su desbaratada cesta de la compra, con el arroz como producto casi de lujo, a su estela, marcando un 3,1% y las perspectivas de Alemania situando su IPC aún por encima del corsé del 2%. Del mismo como que los de mercados emergentes como México, India o Turquía.
‘Estanflación’ con bolsas, déficits y deudas sin control
En S&P insinúan otra reaparición de la estanflación, ese fenómeno de bajo crecimiento y elevados precios que tanto desconcierta a los bancos centrales por perturbar sus cálculos para determinar el precio del dinero. Su última encuesta global de gestores de compras de empresas muestra contracción de pedidos exportadores desde junio, con el sector exterior de la UE cayendo hasta un 4,4% interanual, y el alemán liderando estos descensos con un 20,1% en agosto. Mientras la OMC sitúa el perjuicio sobre el comercio de mercancías en un leve crecimiento del 0,5% e ING anticipa un retroceso del 17% de las ventas europeas a EEUU en el actual bienio y una corrección de 3 puntos del PIB de la UE entre 2026-27. “El impacto arancelario aún no se ha materializado, ni en la economía americana ni en la global, pero será visible en los próximos meses”, augura su economista Ruben Dewitte.
El FMI, por su parte, alerta de otro fantasma en ciernes: “Una corrección bursátil desordenada con inestabilidad financiera global” si los bancos centrales “no mantienen la cautela y flexibilizan sus estrategias monetarias ante los riesgos arancelarios”. Así lo avisa Tobias Adrian, responsable del poderoso departamento de Mercados del Fondo, que incide en que los mercados se sienten demasiado cómodos con la sobrevaloración de activos –en especial, los vinculados a la IA– las guerras comerciales, el elevado voltaje geopolítico y, en el caso de las economías de rentas altas, con sus enormes déficits y deudas acumulados.
“Los modelos de valoración [del FMI] indican que los precios de los valores de riesgo están muy por encima de los fundamentos de la economía real, lo que incrementa la probabilidad de shocks adversos” en un clima en el que, además, el crédito corporativo está “bastante ajustado” y la IA catapulta una concentración “histórica” de capitalizaciones en las bolsas. Esta tendencia –deja entrever Adrian– apunta a una peligrosa burbuja escondida bajo un contexto de resiliencia de la actividad que choca con “las perspectivas sombrías a medio plazo y niveles de vida estancados” en el G-7. También la OCDE alerta de los precios. La inflación de su órbita saltó al 4,1% en agosto con repuntes en 15 de sus 38 socios. Pese a que en la zona del euro aún se mantiene moderada, según Eurostat, tras el impulso de 2 décimas sobre el 2% de septiembre, que estrecha el margen de nuevas rebajas de tipos al BCE.
Este panorama ha agudizado el debate fiscal. Porque detrás de esta coyuntura subyace un doble foco de tensión. El G-7 navega con sus finanzas desencajadas: déficit de caja del 6% y una deuda promedio del 110%. Sin que los ingresos arancelarios en EEUU, que se han disparado un 296% respecto a agosto de 2024, avalen el deseo de Trump de cubrir parte del agujero fiscal de EEUU, ya que el desfase presupuestario sigue en el 5,9%. Ni mucho menos corregir la deuda soberana más abultada del club más selecto del planeta: 37,5 billones de dólares.

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