El Kremlin no cede a la presión de EEUU, pero la economía rusa acusará las nuevas restricciones y obligará al presidente ruso a buscar nuevas maneras de financiar la guerra

Un enviado de Putin se reunirá con el negociador de Trump en Miami después de suspenderse la cumbre de los líderes en Budapest

Si la intención de Donald Trump al sancionar a las dos principales petroleras de Rusia, Rosneft y Lukoil, era arrastrar a Vladímir Putin hasta la mesa de negociación, es poco probable que lo vaya a conseguir. El presidente ruso, que a diferencia del estadounidense solo comenta la actualidad cuando le conviene, buscó la ocasión para convocar a los periodistas y dejar claro que no va a detener la guerra en Ucrania: “Es un intento de presionar a Rusia, pero ningún país que se respete a sí mismo decide nada bajo presión”.

El líder del Kremlin considera que se trata de un “acto no amistoso” que “perjudica las relaciones rusoamericanas”, pero a la vez no quiere dar por enterrada la cumbre de Budapest entre ambos mandatarios, que la Casa Blanca ha pospuesto sine die. Así, Putin se mostró de nuevo abierto al diálogo y manifestó que no creía que la reunión se hubiese cancelado, sino que simplemente se necesitaba tiempo para prepararla a conciencia.

Más contundente fue el expresidente ruso, Dmitri Medvedev, quien acusó a Trump de haber cometido un “acto de guerra” que recuerda a Rusia que Estados Unidos “es el adversario”.

Para compensar el cambio de tono del Kremlin y calmar las aguas, varios medios apuntan que el más americanista de los negociadores rusos, Kirill Dmitriev, director del fondo soberano, se reunirá este sábado con el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, en Miami.

El deshielo entre Rusia y EEUU, iniciado en febrero tras el retorno del republicano a la presidencia, atraviesa su peor momento. Diez meses ha tardado el presidente norteamericano en ejercer presión tangible sobre el Kremlin. Trump expresa su frustración por los cambios de discurso de Putin, que en privado se abre a discutir el cese de las hostilidades a cambio de pequeñas concesiones territoriales, pero en público mantiene sus ambiciones maximalistas.

Putin no se conforma con el Donbás

Esta semana, el encargado de fijar la posición diplomática rusa, el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, insistió en que no se trata de una discusión territorial, ni mucho menos de congelar la línea del frente como pretende Trump, sino de cumplir los objetivos que llevaron al Kremlin a invadir Ucrania. Detener los combates, dijo Lavrov, “significaría que gran parte de Ucrania quedase bajo un régimen nazi”. Es decir, reiteró la idea de la “desnazificación”, de destituir a Volodímir Zelenski e imponer un gobierno prorruso en Kiev.

El control de las regiones ucranianas que se anexionó en la Constitución es solo una de las que Moscú llama “causas fundamentales” del conflicto, pero no es la más importante. Lavrov enumeró las exigencias restantes, como “acabar con el genocidio de facto de la población rusa y de habla rusa” –Ucrania ha pedido al máximo tribunal de la ONU que declare que “no hay pruebas creíbles” de que sea responsable de cometer genocidio en las provincias de Donetsk y Lugansk– y “garantizar el estatus neutral y libre de armas nucleares de Ucrania, lo que presupone el abandono de cualquier intento de atraerla a la OTAN”.

Irónicamente, el memorando por el que Ucrania se comprometió a entregar su arsenal atómico a Rusia, y por el que Rusia se comprometió a respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes del país vecino, se firmó en 1994 en Budapest, la ciudad que había sido elegida para el encuentro Trump-Putin que ahora está en el aire.

Los efectos de las sanciones

Putin dice no estar preocupado por el impacto de las sanciones. “Nos sentimos seguros y estables, a pesar de las pérdidas que se puedan producir”, declaró. Asimismo, alertó a Trump de que puede desestabilizar el mercado energético mundial y provocar un aumento general del precio de la gasolina.

Pero en sus palabras no podía esconder que las restricciones van a golpear la economía rusa. El Banco Central ruso ha reducido este viernes las previsiones de crecimiento del PIB para este año a entre un 0,5% y 1%. Hasta hoy oscilaban entre un 1% y 2%.

Rosneft y Lukoil producen en torno al 55% del petróleo ruso, un sector que, junto al gas, supone una cuarta parte del presupuesto federal. Los ingresos energéticos llevan meses en caída por la bajada de los precios, el aumento de los costes logísticos y la volatilidad de los tipos de cambio.

Además, la campaña de ataques ucranianos contra refinerías y terminales de exportación de crudo, con el apoyo del Pentágono, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Según cálculos del medio ruso Agentstvo, Kiev ha impactado en 43 plantas de petróleo rusas desde agosto, lo que ha provocado la decisión de Moscú de movilizar a reservistas para defender estas instalaciones.

Según los expertos rusos, las nuevas restricciones al petróleo provocarán un descenso de las ganancias en exportaciones y una disminución del PIB. “No es un duro golpe, pero se nota”, apunta la economista Yelena Ustiuzhánina en declaraciones al semanario ruso Argumenty i Fakty, quien explica que “surgirán nuevos intermediarios” y eso provocará menos beneficios para los productores rusos.

China e India, claves

Buena parte del éxito de estas sanciones depende de si Trump logra presionar a India y China para que paren de comprar carburante ruso, la vía que el Kremlin utiliza para esquivar las limitaciones occidentales. “En realidad, todo se reduce a si China e India temen una mayor escalada de sanciones secundarias”, concluye Rachel Ziemba, analista del Centro para una Nueva Seguridad Americana, en Bloomberg.

Sin embargo, Alexander Gabuev, director del Centro Carnegie Rusia Eurasia, advertía en X de que la experiencia de Gazprom Neft, el tercer productor ruso de petróleo, que fue víctima de medidas similares en enero, demuestra que la falta de sanciones secundarias le ha dejado vía libre al comercio, operando a través de la llamada “flota rusa en la sombra” (barcos que operan sin bandera) y de transacciones opacas.

Desde la perspectiva de Putin, la posible recompensa (subyugar a Ucrania y erosionar la OTAN) puede justificar la apuesta

De momento, según la agencia Reuters, las principales petroleras estatales chinas han suspendido la compra de crudo ruso, mientras que las refinerías indias más importantes están dispuestas a reducir drásticamente sus importaciones.

De hecho, Marat Bashírov, politólogo de la órbita del Gobierno ruso, está convencido de que el objetivo de la Casa Blanca nada tiene que ver con que Putin acepte un alto el fuego, sino que pretende redistribuir el negocio mundial del petróleo y forzar a los países a comprar combustible refinado por Estados Unidos en Venezuela y Guyana.

¿Putin podrá pagar la guerra?

De todas formas, cualquier instrumento que implique para el Kremlin perder una fuente de ingresos se traducirá en mayores dificultades para sufragar el esfuerzo bélico. Si en 2021, el Gobierno ruso destinaba el 22% del presupuesto al Ejército, ahora le destina el 40%, casi el 8% del PIB.

Además, la reconversión de la economía civil en economía militar, que ha sido fundamental para navegar sin ahogarse durante los más de tres años y medio de guerra, está dando síntomas de agotamiento. Los problemas económicos para Rusia están empeorando gradualmente, según el think tank CMASF, alineado con el Kremlin, que alerta de un “riesgo de recesión”.

En un artículo en la revista Foreign Affairs, la economista Alexandra Prokopenko, que trabajó en el Banco Central Ruso hasta el 2022, advierte del “dilema” al que se enfrenta Putin: si recorta el gasto en defensa desencadenará “un colapso económico”, pero si mantiene los niveles actuales “perpetuará el estancamiento”.

Las sanciones también han cortado los suministros de componentes clave para la fabricación de armamento provenientes de Europa y Estados Unidos. El Estado ruso ha tenido que pasar a depender por completo de China, pero, según los expertos, no puede volver a ser competitivo a largo plazo. “Rusia puede compensar sus pérdidas durante los próximos dos o tres años, pero para restaurar completamente su Ejército tardará mucho más”, señala Prokopenko.