Durante años creí que el amor era eso: fundirse. Dejar de ser una para ser «nosotros». Pensar en plural, dormir en la misma piel, hacer planes como quien hace promesas. Y así, poco a poco, me fui perdiendo. Perdí mis tardes de lectura en el sofá. Las canciones que me gustaban antes de que él dijera que eran tristes. La forma de vestirme sin pensar si le parecería bien. Los silencios propios. El amor romántico –ese que nos enseñaron con princesas y dramas– tiene muchas trampas. Una de las más grandes es creer que amar es desaparecer un poco. Que si duele, es que es real. Y que si no entregas todo, no amas lo suficiente. Pero no. Amar no es dejar de ser. Ni apagar tu personalidad para encajar. Aprendí tarde que el amor que merece la pena es el que sostiene tu identidad, que celebra tus ganas
No me vuelvas a llamar «mi vida»
La Nueva Crónica3 hrs ago22


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