La historia ha condenado al olvido a Catalina Bárcena (Cienfuegos, 1888 - Madrid, 1978), hija de dos emigrantes cántabros que llegaron a Cuba desde la comarca de Liébana. La primera española que protagonizó una película en Hollywood. Actriz, pionera de un estilo de interpretación propio, diva de Hollywood en los años 30, influencer de la época -las firmas de alta costura y cosmética rivalizaban por su imagen-, y vértice de un triángulo teatral y amoroso junto a Gregorio Martínez Sierra y María Lejárraga. Federico García Lorca le dedicó un poema y Joaquín Sorolla le pintó un retrato. Pero su biografía es altamente desconocida para la relevancia de su figura.
Fue la primera que comenzó a actuar con naturalidad sobre el escenario. Hasta entonces, las grandes de la escena, como María Guerrero, declamaban con voz potente sobre las tablas. “Y a 'la Bárcena' no había nada que la sacase de su tono”, explicaba un crítico de la época. Un día, en un ensayo, fue la propia Guerrero quien le dijo: “¡Grita, grita! No serás nunca nada en el teatro hasta que no grites”. “Señora, yo siempre he oído decir que gritar es de muy mala educación”, respondió la voz aterciopelada de Catalina. El periodista César González Ruano escribió que “la Bárcena fue epílogo del grito y la dimisión del énfasis, trayendo a la escena una noción desconocida hasta el momento: la intimidad”.
Muchos años después, el director de escena cántabro Román Calleja ha iniciado un proyecto para recuperar la memoria de la actriz, desconocida hasta en su propia tierra, a través de una plataforma web que recopila su autobiografía profesional y vital. Un completo estudio que la reivindica como una pieza clave en la equiparación del teatro español a los grandes movimientos de renovación europeos con su colaboración fundamental en el Teatro de Arte de Martínez Sierra.
En los últimos años, Calleja -que durante décadas formó parte del equipo directivo del Palacio de Festivales de Cantabria- ha realizado un apasionado trabajo de documentación que ha volcado en esta plataforma para divulgar a la que considera una de las innovadoras del teatro, que con 23 años fue primera actriz del Teatro Lara –cuando ya llevaba cinco con la compañía de María Guerrero– antes de dedicarse durante una década al Teatro del Arte e iniciar una gira internacional que la lleva hasta Broadway y, de ahí, a Hollywood.

El proyecto se ha presentado recientemente en Santander -coincidiendo con el centenario de su estreno teatral en París- con una conferencia del propio Román Calleja enhebrada con algunas escenas teatrales. La actriz Po Ruiz interpretó la primera prueba de una joven Catalina Bárcena en el Teatro de María Guerrero. La afamada dueña de la compañía le había escuchado recitar algunos poemas un tiempo antes, en una tertulia en el verano de 1905 en casa del escritor cántabro José María Pereda. Ante invitados como Benito Pérez Galdós y Marcelino Menéndez Pelayo se comprometió con la aspirante: “Vuelve a verme cuando sepas recitar algo más”, le dijo.
De su mano poco después se subió a las tablas. Primero como meritoria hasta que sustituyó a la protagonista del papel de 'Coralito' en un estreno y despuntó en la compañía. En febrero de 1911 se estrenó una obra crucial en su vida: 'Primavera en otoño', de Gregorio Martínez Sierra, que se convirtió en un duelo interpretativo entre María Guerrero y Catalina Bárcena, cada una en su papel. La crítica fue más favorable a Catalina. Todos destacaron su interpretación por encima de la de María Guerrero. Fue la última obra que hizo en su compañía.
Una figura eclipsada
Nacida en Cuba de ascendencia cántabra, Bárcena triunfó sobre las tablas y fue una estrella internacional, una 'influencer' de la época en la meca del cine estadounidense. Las firmas de cosméticos y de alta costura Chanel, Dior o Balenciaga competían por vestirla y maquillarla. La seguían nubes de fotógrafos y aparecía en las portadas de las revistas. Sin embargo, su nombre ha caído en el olvido. Con la excepción del libro 'Catalina Bárcena: voz y rostro de la edad de plata', editado por Bala Perdida, fruto de la investigación de Alba Gómez y Julio Checa.
La ambición de Calleja muchos años después es rescatar una figura tal vez, en parte, eclipsada por el papel que jugó en el matrimonio entre el productor teatral Martínez Sierra y su mujer, María Lejárraga, la influyente dramaturga y política, que escribía las obras que firmaba su marido . Cuando éste inició una relación con Catalina Bárcena mantuvieron un singular trío. Lejárraga siguió escribiendo papeles para que la amante de su esposo, de quien no se divorció, cosechase aplausos y triunfos.
La historia de amor de Catalina con el marido de la que fue diputada socialista en la República duró casi 30 años. Un matrimonio sin papeles y con una hija. Aunque Martínez Sierra no convivió con Catalina hasta que esta dio a luz a su hija Catia en 1922, una niña a la que hubo que bautizar con los apellidos Pérez López porque había nacido fuera del matrimonio. En cualquier caso, aquella relación entonces adúltera, causó un gran escándalo. Máxime cuando, además, ella estuvo casada hasta 1932 con su el actor Ricardo Vargas, padre de su hijo Fernando.
En este aspecto, el trabajo documental del escenógrafo cántabro desmiente algunas de “las muchas falsedades y tergiversaciones que se publicaron a lo largo de los años sobre la vida privada de Catalina Bárcena”, como que se quedó embarazada del marido de María Guerrero –cuando era meritoria en su compañía– y se casó con el actor Ricardo Vargas como tapadera.

Sin duda la relación entre Bárcena, Martínez Sierra y Lejárraga fue muy atípica y, evidentemente, María no la llevaba bien, como atestiguan cartas que ella escribió a algunas amistades -Juan Ramón Jiménez y Manuel de Falla, entre otros- quejándose con amargura de Catalina y de la situación.
Pero el éxito del proyecto escénico del teatro de arte se basa en ese triángulo de diferentes talentos, porque Catalina era ya una actriz consagrada que llenaba salas y a Gregorio y María les venía muy bien para el negocio. El teatro de arte que inspiraron fue un movimiento profundamente innovador y vanguardista.
También impulsaron el estreno de la primera obra dramática de Lorca, una apuesta arriesgada que el autor hubiese querido hacer con marionetas, pero que al final se hizo con actores contra su deseo. Martínez Sierra y Lejárraga, enamorada de sus poemas, pusieron en escena 'El maleficio de la mariposa', un fracaso que duró cuatro días en cartel.
Éxito en Hollywood
Su éxito cinematográfico sucedió en los años 30. Catalina llegó a Hollywood acompañando a Martínez Sierra, contratado por la Metro Goldwyn Mayer y posteriormente por la Fox como director del departamento de películas en castellano y -rememora la documentación recopilada por Calleja- acabó siendo la primera actriz que rodó una película en castellano en Hollywood. Protagonizó siete películas en español, en el apogeo de las dobles versiones. Entre ellas, las comedias dirigidas por Louis King 'Una viuda romántica', 'La ciudad de cartón' y 'Julieta compra un hijo'.
Allí le tiñeron de rubio y la sometieron a una estricta dieta para adelgazar. En alguna ocasión contó con sorna que la comida habitual en los estudios de cine era una rodaja de sandía y un cigarrillo.
Fue una actriz demasiado pudorosa para Hollywood, se negó a ser besada y no enseñaba ni las rodillas. La revista Cinegrama bromeaba: “Los grandes misterios de Hollywood son tres: el título de la nueva película de Chaplin, la edad de Gloria Swanson y las piernas de Catalina Bárcena”.
La aventura americana fue un tránsito para ella, que además quería finalizar porque había dejado a su hija en España. Aunque al intentar regresar, la Guerra Civil prolongó su ausencia en un preventivo exilio de once años entre Tetuán, París y Buenos Aires.
Algunos testimonios indican que la dictadura franquista recelaba de la pareja porque Catalina –madre soltera y divorciada– había actuado gratis para recaudar fondos para el Gobierno de la República. Mientras que a su compañero también le atribuían cierta complacencia con los republicanos.
Finalmente regresaron en 1947, cuando él ya estaba muy enfermo. Tras su fallecimiento ella continúo al frente de la compañía de teatro que formaron en la España de la dictadura hasta que abandonó la escena al final de los años 50 y murió en 1978.

En otro apartado de la plataforma digital que reivindica la figura de la actriz y que ha puesto en marcha el cántabro Ramón Calleja, se subraya que tal vez otra gran aportación de Catalina a la escena española de su tiempo, que la ratifica como una actriz de plena modernidad, fue su interés por representar en escena los conflictos de las mujeres de su tiempo.
En este sentido, recoge que Catalina Bárcena confesó a la periodista Carmen de Burgos no estar en absoluto interesada por los papeles de ingenua y admitió sentirse más atraída por personajes femeninos como el de Nora, la esposa que abandona a su marido y a sus hijos para “educarse a sí misma” en 'Casa de muñecas', de Ibsen o con el de Elda, de 'El hijo pródigo', de Jacinto Grau.
De la lectura de su biografía trasciende su espíritu moderno y libre que se expresa en algunos gestos muy simbólicos. Madrid se echó a la calle para despedir al escritor Benito Pérez Galdós en 1920. Era costumbre que solo los hombres caminasen detrás del cortejo fúnebre. Catalina Bárcena miraba junto a María Guerrero desde una ventana y en un impulso corrió escaleras abajo y se incorporó al desfile de caballeros de luto saltándose toda convención social.

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