En cuanto bajó de la moto, Álex sintió que las manos no le respondían como siempre. Las llevaba rígidas, tensas, como si aún estuviesen agarradas al manillar de la Ducati. Había llegado segundo en la sprint de Sepang, y esa posición, tan simple en apariencia, encerraba una historia que llevaba años construyéndose. Una historia que, hasta ese instante, quizá ni él mismo había sabido nombrar.

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Cerró los ojos unos segundos, respiró, y entonces entendió. Lo había conseguido. Álex Márquez se había proclamado subcampeón del mundo. La gente alrededor celebraba, se abrazaba, gritaba su nombre. Los mecánicos aplaudían. Las cámaras lo buscaban. Pero Álex

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