Cuando una persona elige ver una película de terror , no busca sufrir, sino sentir. El miedo, en dosis controladas, se convierte en una fuente de estimulación que el cerebro interpreta como excitación. Esta respuesta tiene raíces biológicas y psicológicas: al enfrentarse a situaciones amenazantes que en realidad no lo son, el organismo libera adrenalina y dopamina, generando una sensación intensa y, para algunos, agradable.
El género de terror ofrece precisamente eso: emociones fuertes dentro de un entorno seguro. El espectador observa situaciones extremas, reacciones humanas al límite y escenarios imposibles, pero con la certeza de que todo termina cuando la pantalla se apaga. Esa distancia entre el peligro ficticio y la seguridad real es la clave que permite disfrutar del miedo si

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