Lo de la necesidad de reducir el monstruo turístico mallorquín es ya un clamor. Incluso los más partidarios del maná extranjero están hasta el gorro de la decadencia exprés que se ha instalado en las Islas. Y no es por los turistas –aunque semejante avalancha concentrada en tres meses tiene impacto–, sino porque el tipo de negocio requiere miles de brazos para trabajar, sin cualificación y con salarios justitos. Desde el que vigila la piscina hasta el que limpia el jardín o lanza maletas en el aeropuerto. Esa peculiaridad tiene un efecto llamada apoteósico y aquí se presentan a diario cientos de espontáneos pidiendo una oportunidad. En las redes surgen empresas de inmigrantes que ofrecen servicios de asesoramiento para que otros como ellos sigan el proceso para quedarse. No creo que les cu

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