Robar es sencillo y no existe medio de seguridad capaz de no ser burlado, de los fortines a los centros de computación. Los museos no son una excepción y, en efecto, como dijo alguien hace poco, son más accesibles que las joyerías, por razones obvias. Su principal medida de seguridad reside en la dificultad de vender sus obras cuando se encuentran debidamente documentadas: se sabe a quién pertenecen porque son únicas, cosa que no sucede con una pieza seriada. Robar es fácil, pero, como ilustran el cine y concluye la lógica, lo difícil es encontrar comprador, «colocar la mercancía». Precisamente porque no se trata de mercancía; los objetos culturales dejaron de serlo (aunque no del todo) una vez entraron en el museo. Un comprador inocente resulta casi imposible y no menos difícil un trato f
Robos y cuellos blancos
La Nueva Crónica5 hrs ago97


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