“Lo dio todo”. Esas son las palabras que a la arabista María Dolores López Enamorado le gustaría ver escritas en su epitafio. Lola –como todo el mundo la llama en su universidad– se ha convertido en la primera catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Sevilla, una institución con más de 500 años de historia.
Desde que llegó a la Hispalense como estudiante en 1981, ha dedicado su vida a “facilitar el entendimiento entre los pueblos” y a tender puentes entre ambas orillas del Mediterráneo. Su implicación personal y profesional ha sido constante: desde las aulas sevillanas hasta su labor al frente de varios centros del Instituto Cervantes en Marruecos, país al que se trasladó por un año y en el que se quedó doce, “enamorada de su lengua, su literatura, su historia, su gente y su cultura”. Aquella experiencia como directora del Cervantes —también la primera mujer en ocupar ese cargo— le enseñó a gestionar equipos e instituciones, pero también “a disfrutar más del tiempo”.
A su regreso, fue nombrada por el rector delegada de la Universidad de Sevilla para las relaciones con África y Países Árabes. Y hoy continúa tejiendo vínculos entre el mundo árabe y el hispano como responsable del grupo de investigación IXBILIA . Su nombramiento como catedrática no solo marca un hito en la historia de la institución, sino también en el ámbito de los estudios árabes en España, donde ya ha sido reconocida por su labor de acercamiento cultural con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Sentada de nuevo en las aulas que la vieron crecer, reflexiona sobre los retos de la sociedad actual y habla con la misma pasión con la que ha tejido toda una vida dedicada a convertir el conocimiento en un puente entre dos mundos.

¿Qué significa para usted ser la primera catedrática de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Sevilla?
Esta es mi universidad. Y desde que empecé aquí en el año 81 es como llegar a la cima de todo lo que puedo hacer, darlo todo y que me lo den todo en la universidad. He tenido muy buenos profesores y profesoras, y ser la primera catedrática es una satisfacción por mí, pero también por todos los que me han precedido.
¿Cómo nació su interés por la cultura árabe?
Yo empecé en la facultad con las letritas en la pizarra y me fascinaron desde primero. Antes había tres años de comunes y luego tenías que elegir especialidad y entonces yo lo tuve claro desde el principio. Había muy poquita gente de Sevilla en la especialidad de árabe porque no se estudiaba aquí, tenías que irte a Granada. Pero mis padres hicieron el esfuerzo y pude hacer allí cuarto y quinto. También hice allí el doctorado y ya leí la tesis aquí y volví a mi universidad como profesora. Después de los años que he estado fuera al frente del Instituto Cervantes, cuando volví, la universidad me abrió de nuevo los brazos y yo tenía que devolver de alguna manera lo que a mí me habían dado, así que me encerré a prepararme la cátedra.
Ha sido pionera en un área dominada históricamente por hombres. ¿Qué obstáculos ha encontrado como mujer en su trayectoria académica?
Moverte en un mundo de hombres te hace desarrollar unas capacidades que no tendría si la vida fuera un poco más cómoda. En Marruecos, a las primeras reuniones del Cervantes yo iba con el auxiliar administrativo, solo había hombres y se dirigían siempre a él. Entonces yo a todo el mundo le decía: “La directora del Cervantes soy yo, si van a hablar con el administrativo, yo encantada, pero entonces me voy”. Y así tienes que ir construyendo hasta que los hombres nos vean como iguales. No somos ni más ni menos. Somos iguales. Y en estos mundos es más complicado, pero yo te puedo decir que se consigue. Hay que ser muy seria y muy profesional para ganarte el respeto de la gente. Es complicado, pero se consigue.
Cuando odiamos al otro demostramos que somos ignorantes
¿Cómo contribuye el Instituto Cervantes al entendimiento intercultural?
El Instituto Cervantes es el organismo para difundir la lengua y la cultura española. Tiene 80 centros distribuidos por el mundo, por los cinco continentes. Concretamente, Marruecos tiene cinco centros y cinco extensiones. ¿Cómo se difunde la lengua? Pues dando clases de lengua. ¿Cómo se difunde la cultura? Pues con actividades culturales atractivas. Es el escaparate de España. Entonces hay que hilar fino para ver lo que mostramos de nosotros mismos porque para muchas personas es la primera vez que se acercan a nuestro país.
Es como abrir allí una ventana a España. Pero aquí también convendría que la sociedad se asomara a la cultural árabe, ¿no?
Sí, porque conociendo a la otra persona el respeto está garantizado. Yo creo que mucha gente que habla con desprecio del mundo árabe lo hace desde la ignorancia.
¿Y cómo se combate esa ignorancia?
Con información no sesgada. Con información de personas que amamos esa cultura, con una prensa objetiva que hable no solo de los problemas. Viendo los países no solo a través de los inmigrantes, sino intentando ver cómo se vive allí. No juzgar a todo un país por una persona que ha hecho algo malo porque delincuentes hay en todos los países. Eso hace un daño brutal. Porque en Marruecos hay médicos, periodistas, profesoras, estudiantes, doctorandos, chóferes, gente que se mata a trabajar. Hay una sociedad normal. Y juzgarla por un delincuente es incultura. Pero hay políticos que están utilizando ese discurso para generar el odio al otro. Y cuando odiamos al otro estamos demostrando que somos ignorantes. Porque los marroquíes son nuestros vecinos del sur, aunque por sistema, el mundo mira al sur con desprecio. Hablar de cerrar el país a la inmigración cuando hemos sido un país de inmigrantes tira por tierra todos los valores fundamentales del sur humano como la solidaridad y la compasión.
¿Cómo está viviendo que ese discurso esté en auge?
Yo sufro mucho. Me duele mucho porque yo he convivido con ellos. Y creo que el silencio no es una opción. Si alguien utiliza “moro” en sentido peyorativo yo no me callo jamás.
¿Cómo responde en esos casos?
Por ejemplo, les digo que tienen que viajar más. Porque en el momento en que una persona visita Marruecos dice “qué bien me han tratado, qué gente más hospitalaria” y piensan, “son como yo”. Otra forma de responder es apelar a sus propios valores para que vean su contradicción. Este verano una señora muy religiosa me dijo que los moros están invadiendo el país y yo le recordé que los valores de la religión católica dicen que tiene que amar al prójimo. Que todos somos humanos y que los valores humanos son los mismos para todos. Que una religión o una raza no tiene nada que ver con ser delincuente. Hay que romper con ese tipo de asociaciones entre árabe y terrorista, moro y delincuente, tan arraigadas también por culpa del cine. Por eso es importante que la gente viaje más. Porque el viaje, el compartir con la gente, te abre los ojos.
Lo de Gaza es un genocidio en toda regla, aquí el silencio no es una opción, no caben tibiezas ni medias tintas
¿Esas contradicciones también se aprecian a la hora de empatizar más con unas guerras que con otras? La respuesta de Europa a la guerra en Ucrania fue mucho más contundente y rápida que en el caso de Gaza.
Los ucranianos son rubios y blanquitos. Aquí se ofrecieron a adoptar niños ucranianos, pero no se ofrecen a adoptar niños palestinos, que también son preciosísimos y amorosos. Hay un racismo latente en nuestra sociedad capitalista que nos tenemos que mirar porque lo importante es que esto se solucione cuanto antes. La gente quiere conservar sus privilegios y se olvidan de los valores humanos que han sustentado nuestra civilización por no perder esos privilegios. Y lo de Gaza es un genocidio en toda regla. Aquí el silencio tampoco es una opción. No hay tibieza aquí. No hay medias tintas. Hay que condenar el genocidio, porque si no la historia nos va a pasar factura. Tenemos que denunciarlo, condenar la actitud del Estado de Israel y mandar nuestro apoyo al pueblo palestino. No hay ninguna explicación para que estén matando de hambre a un pueblo.
¿Cómo combatir ese racismo latente y arraigado?
Con un sistema de educación en valores que fomente el respeto por el otro desde la más tierna infancia. Esa es la clave. Eso se está trabajando más para combatir el machismo, con cuentos en los que ya no son los príncipes los que van a salvar a las princesas, pero no se hace tanto para concienciar contra el racismo.
Entonces, si trajéramos aquí la pregunta que hacía David Broncano a sus invitados en La Revuelta , ¿diría que la sociedad española es más racista que machista?
Yo creo que sí. Se ha trabajado más por erradicar el machismo. El feminismo ha trabajado mucho para cambiar nuestros parámetros mentales, pero en el ámbito del racismo queda mucho por hacer.
Como decía, otra forma de combatir el racismo es viajar, entrar en contacto con esa cultura. ¿Qué aprendió usted durante sus años viviendo en el norte de África?
En el trabajo aprendí a gestionar un equipo humano, a gestionar una institución con muchos frentes: el cultural, el económico, el estudiantil... Fui la primera directora del Cervantes y en realidad yo me iba por un año y estuve 12 viviendo allí. Después de Marrakech vino Casablanca y luego Tetuán. Pero es que además, he dirigido Agadir, Chauen, Alhucemas, los centros Cervantes de Malabo, Bata, Cabo Verde... O sea que ha sido un trabajo de gestión apasionante.
Pero también aprendí a disfrutar más del tiempo. En Marruecos el tiempo se vive. Hay otro ritmo más lento. La gente siempre tiene tiempo para tomar un café, para charlar. Aprendí a vivir de forma más pausada. A convivir con todos. Y especialmente aprendí mucho de sus mujeres, tanto de las altas esferas como las mujeres del pueblo, que tienen una sabiduría innata. Es un país apasionante.

Como investigadora principal del proyecto Memoria del activismo político feminista en los Años de Plomo en Marruecos (1970-1980), ¿qué importancia tiene rescatar la memoria de las mujeres, sobre todo en estos contextos?
Es darle voz al silencio. Estas mujeres han estado siempre silenciadas. Los libros están escritos por hombres que han contado su visión sobre los años de plomo, el sufrimiento que padecían en las cárceles, donde también había mujeres. Pero en Marruecos todavía el espacio público pertenece a los hombres y el espacio privado a las mujeres. Entonces, en esa conquista de las mujeres del espacio público, darles voz es darles la vida, darles vehículo para que cuenten y un público al que contarlo para que puedan ser conocidas aquí, donde no se conoce nada de eso.
¿En qué punto se encuentra hoy el camino hacia la igualdad en Marruecos?
Ellas quieren conquistar muchas posiciones, muchos derechos. Pero no hay modelos. Desde aquí podemos intercambiar experiencias, pero no imponer nuestro modelo porque el modelo de un país o de una sociedad no es el mismo que el de otra. No podemos tener la mirada maternalista de que vamos a ir a enseñarles. Ellas tienen que llevar su propio camino. Y lo están haciendo. Es un camino difícil, pero muy eficiente. Ellas son las que están liderando el cambio, son el motor del cambio de la sociedad en Marruecos.
¿Cuál fue el mayor reto de representar la cultura española en contextos árabes y africanos?
Para mí el principal reto fue mostrar una cultura española moderna y romper el tópico de la España de pandereta, de Cervantes y del flamenco, que es lo que ellos conocen. Y abrirla a una España de un cine contemporáneo, del flamenco actual, de la danza contemporánea, el teatro... Es decir, modernizar la visión que tenían en Marruecos de España a través de mostrarles una cultura moderna, como es la actual. Allí hablar de Lorca o de María Dueñas es una garantía de éxito, pero yo apostaba por arriesgar a hablar, por ejemplo, de música más contemporánea.
Ese afán por arriesgar, ¿es un rasgo que la define?
Sí, sí. En mi epitafio quiero que pongan: “Lo dio todo”. Yo lo doy todo. Me meto hasta el cuello en todo. Algunas veces me sale bien, otras mal, pero que por mí no quede.
¿Y ahora en qué lo estás dando todo?
Ahora mismo lo estoy dando todo en las clases. Estoy entusiasmada con mis alumnos y alumnas de Árabe Marroquí, la asignatura que daba en 2008 y la he recuperado en 2023. También, como soy la delegada de la Universidad de Sevilla para las relaciones con África y Países Árabes, estoy intentando dar todo lo que pueda para que las relaciones académicas entre las universidades africanas y la nuestra sean cada vez mejores. Hemos hecho muchos acuerdos nuevos en estos tres años con países de África, como Burkina Faso, Mali, Argelia, Túnez o Egipto. Y también tenemos unas becas con la Fundación Mujeres por África que nos permiten becar a tres mujeres para que estudien en la Universidad de Sevilla.
La forma de unir las orillas es que no existan, o sea, que sean fáciles de cruzar: perderle el miedo a ir al norte de África
¿Qué papel puede jugar la universidad en tender puentes entre ambas orillas del Mediterráneo?
Nuestro papel es el del conocimiento y el intercambio. Como digo, ahora soy la investigadora principal de un proyecto formado por 17 investigadoras, que es para recuperar la memoria de las mujeres represaliadas en Marruecos, en las cárceles, en los años de plomo. Nosotras hemos ido allí, compartimos inquietudes, pero luego ellas vienen aquí y nos lo cuentan, lo cuentan al público, a las ONG y organizaciones de la sociedad civil. Ese intercambio es muy enriquecedor para las dos partes. La forma de unir las orillas es que no existan, o sea, que sean fáciles de cruzar. Perderle el miedo a ir al norte de África.
¿Cómo percibe la evolución de las relaciones entre España y Marruecos?
Las relaciones de España y Marruecos son como una montaña rusa. O se aman o no se soportan. Depende de los políticos que haya en cada lado, de los intereses comerciales... Pero bueno, yo siempre digo que cuando hay épocas malas, luego vienen las buenas. En todo, pero en esto más. Y la historia nos da la razón: hay épocas de cierre de fronteras, de volver la espalda, y luego vienen los encuentros de alto nivel entre representantes.

Y ahora que estamos en plena campaña electoral también en la Universidad de Sevilla , ¿cómo le gustaría que fuese la nueva persona al frente de la Hispalense?
Me gustaría que fuera una mujer. Yo creo que el siglo XXI es el siglo de las mujeres y en la Universidad de Sevilla no ha habido ninguna mujer. Y me gustaría que fuera cercana y que le diera un cambio a la universidad, pero desde la experiencia.
¿Considera entonces que la institución necesita una transformación?
Necesita cambiar, pero no un cambio radical, sino que se debe hacer desde la experiencia. El cambio se debe hacer con una propuesta sólida. El cambio tiene que ir hacia la simplificación administrativa, hacia la transparencia, hacia una universidad más moderna y participativa en la que participemos todos y todas. Me gustaría que fuera una mujer, pero si es un hombre, que también tenga esas características.
Y respecto a usted, ¿cuáles diría que son los rasgos que identifica su trayectoria?
A mí me identifica que en toda mi vida profesional he luchado por unir dos mundos. El conocimiento parte del respeto mutuo. Como arabista, representaba la literatura y la cultura árabe en España y como directora del Cervantes he representado a España en el mundo árabe. Es el mismo papel a la inversa: presentar uno al otro y el otro al uno y conseguir que se respetaran a través del conocimiento, sin tópicos, sin prejuicios. Yo creo que me he matado por facilitar el entendimiento entre los pueblos. Creo que esa ha sido mi papel. Y ahora ya me puedo morir.

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