Hay debates que dividen a un país. Algunos hablan de fútbol, otros de política… y luego están los que discuten sobre qué se pone primero en una tostada: el aceite o el tomate . Puede parecer un detalle menor, pero en España, donde el desayuno se vive con ritual casi religioso, este tema levanta pasiones, bandos y hasta teorías de identidad regional.
Porque no, aquí no vale aquello de que “el orden de los factores no altera el producto” . En gastronomía, el orden lo cambia todo: el sabor, la textura y hasta la forma de mojar el pan.
Tomatistas del norte: primero el tomate, luego el aceite
En Cataluña y Aragón , la respuesta es tan rotunda como una rebanada de pa amb tomàquet : el tomate va primero . Y no cualquier tomate, sino uno maduro, cortado por la mitad, frotado directamente sobre el pan —preferiblemente de pagès — hasta dejar la miga teñida de rojo. Solo después se añade el aceite de oliva virgen extra , y por último, una pizca de sal.
“Si echas el aceite antes puedes acabar desheredado”, bromean los catalanes. La tradición es sagrada, tanto que incluso Ferran Adrià dedicó una exposición entera al arte del pan con tomate. En esta versión, el tomate no se tritura, se acaricia el pan con él , se exprime lo justo, y el aceite se deja caer al final, como un perfume.
El origen, sin embargo, tiene un toque irónico: muchos historiadores gastronómicos sostienen que fueron los obreros murcianos emigrados a Cataluña en los años 20 quienes empezaron a ablandar el pan duro con tomate. Y de aquella costumbre práctica nació un emblema nacional.
Aceitistas del sur: primero el aceite, luego el tomate
En Andalucía , en cambio, la lógica es inversa. Allí se empieza por el aceite , que empapa el pan hasta el fondo antes de añadir el tomate triturado. “Así el pan se impregna bien, como Dios manda”, defienden los sevillanos. Y no les falta razón: el aceite andaluz tiene tal potencia y carácter que necesita ser protagonista.
En provincias como Sevilla, Huelva o Cádiz , la costumbre es clara: se vierte el aceite, se reparte con el dorso de la cuchara y encima se coloca el tomate rallado o una emulsión más densa, similar al salmorejo. El resultado es una tostada más untuosa, más sabrosa y perfecta para acompañar con jamón o un toque de ajo.
Como explica el chef Rafa Zafra , sevillano de nacimiento y catalán por adopción, “en Cataluña el ritual es refregar el tomate, pero en Andalucía esa costumbre no existe: se trabaja más con el tomate rallado o batido, y el aceite va siempre primero”. En el fondo, es una cuestión de textura y tradición , más que de técnica.
Un punto intermedio: la tostada diplomática
Entre los tomatistas del norte y los aceitistas del sur, hay una tercera vía que intenta conciliar la paz nacional: el “aceite-tomate-aceite” . Primero se moja el pan, luego se añade el tomate, y finalmente se corona con un hilo dorado de aceite. Así lo hace Paco, un valenciano que resume con sabiduría mediterránea la solución al conflicto:
“Primero aceite para empapar, luego tomate para darle frescura, y un poco más de aceite para olerlo en los morros”.
Quizá ahí esté el punto medio entre el pa amb tomàquet y la tostada andaluza: una tregua gastronómica que combina lo mejor de ambos mundos.
Más que un desayuno, una declaración de identidad
Al final, la tostada española es mucho más que una rebanada de pan. Es una forma de entender el territorio: la sencillez catalana, el duende andaluz, la contundencia murciana, el toque salado del Mediterráneo. Cada región la prepara con sus matices, pero todas coinciden en lo esencial: buen pan, buen aceite y buen tomate .
Así que la próxima vez que te sientes frente a una tostada, piénsalo bien. ¿Eres de los que empiezan por el tomate o por el aceite? Sea cual sea tu bando, lo importante es disfrutarlo sin prisa, con un café al lado y el sol de la mañana entrando por la ventana. Porque, en el fondo, eso también es muy español: discutirlo todo, pero siempre con algo bueno en el plato.

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