En tiempos en que la política parece haberse acostumbrado al ruido y al enfrentamiento, cuando el espectáculo reemplaza a las ideas y el agravio se disfraza de valentía, resulta casi un acto de rebeldía creer que aún es posible hacer las cosas de otro modo.

Mi reciente participación en El valor de la verdad me permitió comprobarlo. En ese espacio, al contrastar las prácticas políticas de una congresista que creyó que su cargo le daba licencia para ningunear a los demás, quise demostrar que se puede responder con argumentos, serenidad y respeto.

Frente al abuso, la respuesta no fue el grito, sino la palabra. Esa actitud, lejos de pasar desapercibida, fue reconocida por miles de ciudadanos que vieron en ella algo distinto: la posibilidad de defender una posición sin caer en el juego de l

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