En un mundo endurecido por la prisa y el egoísmo, la historia de Teresita Gómez suena como una nota pura en medio del ruido. Es la historia de una niña abandonada que hizo del arte su refugio y del amor su destino.

Una melodía en medio del abandono

Nació en Medellín en 1943, cuando el color de la piel y el apellido definían la suerte. Fue dejada en el Hospital San Vicente de Paúl, sin nombre ni promesa. Pero el destino, a veces más compasivo que los hombres, la puso en manos de Valerio Gómez y María Teresa Arteaga, dos trabajadores humildes del Palacio de Bellas Artes. No tenían dinero, pero sí una riqueza que el mundo escasea: bondad. Donde otros veían una carga, ellos vieron una vida. Y así, sin ruido ni discursos, tejieron el primer acto de solidaridad en una historia que hoy inspira

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