Era el silencio —casi religioso— de una afición que lleva años esperando que algo cambie. Y esta vez, no fue el marco lo que lo alteró, sino el ritmo.

Bo Nix no entró como salvador, ni como fenómeno de las redes. Entró como quien sabe que el juego no se gana con gritos, sino con precisión. Su primera entrega fue un pase mal dirigido, interceptado por Trikweze Bridges , pero el error no lo desarmó. Lo usó. Como un escultor que talla la piedra con cada falla. En los siguientes 30 minutos, transformó cada error en oportunidad: cuatro touchdowns, una calma que parecía sacada de otro tiempo, y una lectura de defensas que dejó a Dak Prescott mirando el campo como si fuera un mapa que ya no reconocía.

El ataque de los Broncos no se basó en potencia, sino en sutileza. Un pitch a

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