Nadie lo dijo en voz alta, pero todos lo sintieron en el pecho: algo más que una pasarela se movía esa noche.
Entonces, la música cambió. “Put the Blame on Mame” se deslizó como humo entre los focos, y ella apareció: sin mangas, con una abertura lateral que parecía cortada por el tiempo mismo, y camelias negras que arrastraban su sombra sobre el satén como si el vestido recordara cada paso que nunca dio. No era solo un diseño de Chanel —era la voz de Rita Hayworth resucitada en piel de seda, un susurro de Gilda que había guardado silencio durante setenta y ocho años para volver a hablar en el idioma del coraje.
La audiencia no parpadeó. Ni siquiera cuando se detuvo, a mitad de pasarela, y Baz Luhrmann le pidió que posara. Ella lo hizo con la lentitud de quien ya no tiene pruebas qu

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