Al recorrer las calles de Ciudad Juárez, he notado algo que se repite con frecuencia: perros y gatos deambulando sin rumbo, buscando refugio entre los escombros o hurgando en la basura buscando algo que comer. Algunos parecen haber nacido en la calle, pero la mayoría no. Se les nota en el pelaje, en la manera en que buscan la mirada humana, en ese gesto esperanzado que todavía conserva la memoria del cariño. Son animales que alguna vez tuvieron un hogar, un plato con agua, un nombre. Alguien los quiso, o al menos dijo quererlos, antes de abandonarlos.

No deja de sorprenderme cómo, en esta ciudad tan dada a la violencia y al descuido, también hemos naturalizado el abandono animal. Lo vemos todos los días, y ya casi nadie se detiene. La indiferencia se volvió una forma de defensa colectiva:

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