Al estruendo del diluvio y de las riadas y barrancadas que provocaron esas sucesivas cascadas de lluvia -la dana del 29 de octubre descargó la descomunal cantidad de 2.400 hectómetros cúbicos de agua (dos pantanos de Alarcón hasta arriba) sobre las cabeceras del Túria, del Magro-Júcar y de la Saleta, el Poyo y sus afluentes-, siguió un silencio extraño, eterno, espeso, roto solo por los gritos -desgarradores, describen quienes los escucharon- de los supervivientes aislados en casas, bajos, coches, tejados, árboles, carreteras y campos.
Y empezó lo peor: buscar a los desaparecidos en ese mar de desolación y barro. Aunque hubo lentitud (innegable a estas alturas) en la reacción de los servicios de emergencias, lo cierto es que el rastreo para recuperar los cuerpos de las víctimas mo

La Crónica de Badajoz

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