El espectro mediático madrileño asume la ruptura de Carles Puigdemont como un ejemplo de postureo, una muestra de toreo de salón de efectos entre relativos y nulos. Una más del líder de Junts en la línea de la aparición y desaparición a lo mago Pop de agosto del 24.

Se atribuye al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el control de la situación y un manejo de los tiempos, los datos y las posibilidades que convertirá el órdago del vecino de Waterloo en mera agua de borrajas, el típico calentón que no sirve ni para desahogo.

Pero el anuncio de ruptura ya ha tenido un primer impacto y no precisamente menor. La Ley de Enjuiciamiento Criminal que tenía que cambiar la instrucción de las causas en España (otorgando a los fiscales esa potestad en detrimento de los jueces) se va a quedar

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