El presidente de EEUU está abordando una reforma estructural de la Casa Blanca para añadir un salón de gala de 350 millones de dólares
Trump inicia la demolición del Ala Este de la Casa Blanca para construir un salón para recepciones
Es más o menos la mitad de la Casa Blanca, en realidad: el Ala Este. El opuesto a aquel en el que está la sala de prensa y el equipo del presidente, el que da nombre a aquella memorable serie El Ala Oeste de la Casa Blanca.
Donald Trump está demoliendo el Ala Este. Y esa demolición dice mucho de lo que estamos viviendo en Estados Unidos desde su vuelta a la presidencia de EEUU.
Todo nace de su decisión de construir un nuevo salón de gala en la Casa Blanca para un millar de personas, que pueda acoger grandes acontecimientos como el que le regalaron los reyes de Inglaterra en Windsor, por ejemplo.
Trump tiene un poderoso complejo de realeza: le encanta la pompa, la exhibición militar del 14 de julio en Francia, la parafernalia de las monarquías, ya sean del Golfo o de Europa. Y quizá por eso se ha convertido en una suerte de rey Midas que llena de oros el Despacho Oval y ahora quiere su propio pequeño Versalles.
Pero no le resultaba suficiente. Porque, por mucho que le molesten las movilizaciones del No Kings en EEUU, Trump tiene debilidad por la Corte, y toda Corte necesita un gran salón en el que exhibir su poder. Y eso es lo que decidió hacer Trump: un ballroom, como dicen aquí, con capacidad para 999 personas en la zona del Ala Este, que costaría unos 200 millones de dólares y sería sufragado por donantes privados, entre ellos el propio presidente de EEUU.
Y a finales de julio, la Casa Blanca presentó unas imágenes de cómo quedaría ese salón.
Una obra que define a Trump
En aquellos días de finales de julio, Trump aseguró que la estructura de la Casa Blanca no se vería afectada, dijo que el proyecto no “interferiría con el edificio actual” y que estaría “cerca de él pero sin tocarlo”.
Pero Trump es Trump. Y su presidencia es así: el proyecto no pasó por ningún organismo especializado en diseño o conservación, nace de lo que a él mismo se le ha ido ocurriendo junto con el equipo de arquitectos.
Trump, el constructor en jefe, no sólo ha decidido la reforma de la Casa Blanca sin encomendarse a nadie, es que ha dado orden de que se proceda a la demolición del Ala Este en contra de lo anunciado inicialmente y sin explicación alguna.
Además, tampoco se sabe qué se ha vaciado de esas dependencias, dónde se encuentra ni qué se hará con ello después.
La oscuridad, la falta de transparencia en los procesos, de rendición de cuentas y de respeto por el resto de las partes es una constante en esta presidencia.
Y, así, el pueblo estadounidense de repente vio que estaba siendo demolida la mitad de la Casa Blanca sin previo aviso por la misma persona que está desmontando el Estado de Derecho en EEUU con su asalto a los poderes del Estado y el uso de su poder contra la oposición y los medios de comunicación.
La destrucción de la Casa Blanca por Trump se ha convertido en un epítome de su agenda ultra en relación con los avances feministas, en derechos sociales, derechos civiles, LGTBIQ+, la precaria protección social y sanitaria del país de la mano de recortes fiscales para los que más tienen. Y, por supuesto, su cruzada contra la migración militarizando las calles de las ciudades.
La demolición del Ala Este también es un espejo de la presidencia de Trump porque primero dijo 200 millones de dólares, y la última cifra que ha dado, hace unos días, asciende a 300-350 millones de dólares. Es decir, se trata de una Administración que maneja los números de forma muy poco seria. Igual que cuando Trump habla de la “invasión” de 25 millones de migrantes, salidos de las peores cárceles e instituciones mentales. ¿De verdad que hay 25 millones de migrantes llegados en los últimos años y son todos delincuentes? ¿Y acaso los enfermos mentales son delincuentes peligrosos?
Pero le da igual. Lo repite una y otra vez. Igual que repite que ya se han registrado inversiones por valor de 20 billones de dólares gracias a los aranceles, sin comprobación. O como cuando dice que la inflación está contenida, y no ha dejado de crecer desde que es presidente. Casi nunca hay un dato bien dado; o son falsos o son parciales.
O como cuando la Administración afirma que las personas que están asesinando en el Caribe y el Pacífico Oriental son narcoterroristas. Pero aún no han aportado una sola prueba de que eso sea así, ni de que las supuestas narcolanchas lleven droga o se estuvieran dirigiendo a EEUU.
Ni una sola prueba de nada. Ni un solo dato fiel.
La obra del salón de gala tiene otro elemento definitorio de esta Casa Blanca: su estrecha relación con las élites económicas, con los multimillonarios tecnológicos, y la mezcla entre lo público y lo privado.
Esos empresarios de las grandes tecnológicas que hace un año quizá votaron a Joe Biden y que ahora cenan en la Casa Blanca con Trump y le hacen la pelota, son los que le van a dar millones de dólares para hacer realidad el sueño del presidente del Gobierno.
Como siempre, la ausencia de transparencia impide saber cuánto o qué ha comprometido cada donante para ese salón de 8.360 metros cuadrados. Pero son los siguientes, según la Casa Blanca: Altria Group, Amazon, Apple, Booz Allen Hamilton, Caterpillar, Coinbase, Comcast, José y Emilia Fanjul, Hard Rock International, Google, HP, Lockheed Martin, Meta, Micron Technology, Microsoft, NextEra Energy, Palantir Technologies, Ripple, Reynolds American, T-Mobile, Tether America, Union Pacific Railroad, Fundación de la Familia Adelson, Stefan E. Brodie, Fundación Betty Wold Johnson, Charles y Marissa Cascarilla, Edward y Shari Glazer, Harold Hamm, Benjamin Leon Jr., la familia Lutnick, la Fundación Laura & Isaac Perlmutter, Stephen A. Schwarzman, Konstantin Sokolov, Kelly Loeffler y Jeff Sprecher, Paolo Tiramani, Cameron Winklevoss y Tyler Winklevoss.
Pero para Trump no es suficiente con romper todas las reglas en la Casa Blanca y dejar para siempre un salón de gala que responderá a su muy personalísimo gusto de las cosas.
El presidente de EEUU, además, quiere intervenir en el urbanismo de Washington DC para construir un arco, llamado de la Libertad.
La maqueta que enseñó Trump hace unos días en una cena con los donantes del salón de gala, recuerda al Arco de Triunfo de París, una obra neoclásica del siglo XIX.
La principal diferencia entre el arco francés y el de Trump, además de construirse dos siglos más tarde, será que el presidente de EEUU quiere, en la parte superior, una estatua dorada con alas de una figura femenina.
Trump dijo que era la Dama de la Libertad, si bien la estatua del puerto de Nueva York no tiene alas, y la figura dorada de la maqueta recordaba más a las representaciones de la diosa romana de la Victoria.
El presidente de EEUU dijo que el arco se colocaría en Memorial Circle, una rotonda en Washington DC frente al Cementerio Nacional de Arlington y al otro lado del río Potomac del Monumento a Lincoln, para que cualquiera que entre o salga de la capital de EEUU por el puente del Arlington Memorial cruzando el río, se toparía con ese arco.
La idea es que esté construido para el próximo 4 de julio, cuando se cumplirán 250 años de la independencia de EEUU.
Y para que nadie le ponga pegas, la Casa Blanca ha despedido este martes a los seis miembros de la Comisión de Bellas Artes, según informaba The Washington Post. Se trata de una agencia federal independiente encargada de revisar algunos de los proyectos de construcción de Trump, como su arco del triunfo.
La comisión, creada por el Congreso hace más de un siglo y que tradicionalmente incluye una combinación de arquitectos y urbanistas, se encarga de asesorar al presidente, al Congreso y al gobierno local en el diseño de los proyectos en torno al Capitolio.
Y todo esto ocurre cuando se suman 28 días de cierre del Gobierno, con los fondos para las partidas federales congelados, incluidos las ayudas públicas y los salarios de los trabajadores: mientras todo esto sigue en peligro, las ostentosas y multimillonarias obras de Trump no se detienen.

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