Cinco ponches en cinco entradas, apenas dos bases por bolas, y un ritmo tan metódico que las Águilas parecieron perder el sentido del bate. Nada de gritos, nada de excesos: solo precisión, como un reloj suizo en medio del caos.

En el dugout de Tucson , el ánimo era distinto al de los días anteriores. Después de ser barridos por los Yaquis, el equipo necesitaba algo más que una victoria: necesitaba recuperar la identidad. Y no fue con poder, sino con paciencia. En la cuarta entrada, cuando Ramón Mendoza conectó un doblete que limpió las bases, el estadio respiró por primera vez. No fue un vuelacasa, pero sí el tipo de hit que cambia el curso de un partido: limpio, calculado, con intención.

La ofensiva no explotó de inmediato. Fue creciendo, como una marea que se lleva lo que

See Full Page