A las afueras de Palo, un pueblo agrícola del este de Iowa, todavía se ven las torres grises de la central nuclear Duane Arnold . Llevan años en silencio, pero quienes viven cerca recuerdan el zumbido constante que acompañó su infancia. Durante casi medio siglo, ese reactor de agua en ebullición fue parte del paisaje y del suministro eléctrico del Medio Oeste.

Todo cambió en agosto de 2020, cuando un derecho —una muralla de tormentas con vientos huracanados— arrasó los cultivos de maíz y dañó las torres de enfriamiento. Duane Arnold se apagó y nadie pensó que volvería a encenderse.

La planta, ya envejecida y con una licencia próxima a expirar, se apagó definitivamente. Parecía el fin. Cinco años después, ese silencio atómico volverá a romperse, impulsado no por el Estado ni por la

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