En un país donde la muerte no se llora en silencio, sino que se invita a la mesa con risas y aromas ancestrales, los altares de Día de Muertos se erigen como puentes entre mundos. De norte a sur, de costa a sierra, México despliega su diversidad en ofrendas que fusionan costumbres indígenas, influencias coloniales y toques contemporáneos.
Son lienzos vivos de creatividad, tapetes de aserrín donde cada región pinta con sus colores locales: flores silvestres en el desierto, tamales humeantes en la costa y dulces caprichosos en las ciudades. Pero en Campeche, el sureste maya, estos altares no solo honran a los difuntos; los visten de sabores y rituales que susurran secretos prehispánicos, transformando el luto en un banquete eterno.
La tradición, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humani

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