La adicción a los videojuegos está reconocida en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Kelly Sikkema / Unsplash., CC BY

Hoy en día, jugar a videojuegos se ha convertido en una práctica habitual dentro de las actividades de ocio de muchos niños y adolescentes. Es frecuente que los padres duden sobre la conveniencia de permitirles jugar a demanda, así como el tiempo aconsejado y en qué momentos. ¿Dejarlos jugar durante la semana o únicamente el fin de semana? ¿Después de los deberes o antes, para que no los haga deprisa y corriendo?

También refieren lo complicado que es lidiar con los argumentos de los menores: “si todos mis amigos juegan a este juego, ¿por qué a mí no me dejáis?”. A menudo, el miedo de los padres a que su hijo quede excluido del grupo hace que se sean más permisivos de lo que en realidad desearían respecto a los horarios y el tipo de juego.

De este modo, empiezan a consentir que los videojuegos se vayan convirtiendo en un hábito, a pesar de que tengan el convencimiento o duden sobre si no sería mejor que jugaran a otras cosas, leyeran o salieran más de casa.

Así, progresivamente, si no se marcan límites, se va generando una adicción. Es posible empezamos a observar un cambio en el carácter: “está más irritable”, “va más a la suya que antes”,“ parece que no le importa nada”, “cada vez que sale menos con amigos”.

Los videojuegos con más potencial adictivo son los juegos de rol online. Son juegos multijugador en los que se realizan tareas en equipos, también llamados guild. Están diseñados utilizando técnicas psicológicas para que el jugador pase el máximo tiempo conectado. Por ejemplo, el refuerzo intermitente propio de las cajas botín es el mismo mecanismo que el utilizado en las máquinas tragaperras.

El papel de los padres

Es importante, cuando vemos que nuestro hijo empieza a estar más tiempo jugando, intentar respondernos a estas tres cuestiones:

  • ¿Ha perdido interés por actividades que antes hacía (académicas, extraescolares, salir con amigos, colaborar en casa…)?

  • ¿Sabemos si le ha pasado alguna cosa en la vida “real” de la cual necesite evadirse? En este caso tendremos que actuar sobre la causa y, si es necesario, buscar ayuda especializada.

  • ¿Se irrita con más frecuencia y pasa más de las cosas?

Después de reflexionar sobre estas preguntas, nos centraremos en dos conceptos esenciales que guían cómo nos posicionamos respecto a nuestros hijos: vínculo afectivo y autoridad (que no es lo mismo que el autoritarismo).

Lazos de confianza y autoridad

El vínculo afectivo hace referencia a los lazos de amor que se establecen entre padres e hijos y que son la base para generar confianza y bienestar. Hablamos de autoridad respecto a la responsabilidad de los padres para tomar todas las decisiones necesarias para el bienestar de sus hijos e hijas. De hecho, la patria potestad otorga a los padres ese derecho. Ello implica establecer reglas, expectativas y límites y, al mismo tiempo, guiar y enseñar a los niños sobre comportamientos y valores aceptables, así como protegerlos de lo que no les conviene.

Por otra parte, “la autoridad se tiene, no se gana”, en palabras de un amigo mío profesor de adolescentes. Es algo intrínseco al papel de ser padres, para quienes es un derecho y un deber aplicarla.

¿Qué podemos hacer para ayudarlo a recuperar su bienestar?

El primer consejo es mantener una conversación tranquila, incluyendo a otros familiares significativos para él o ella. Debemos evitar juicios y podemos interesarnos por el juego y compartir qué hemos observado (pérdida de intereses, cambio carácter, menos comunicación etc.).

Podemos proponer, con cariño y decisión, establecer unas normas y horarios de juego que preserven los espacios familiares (hora desconexión noche, comidas juntos, tareas casa, etc.).

También es útil facilitar alternativas al juego individuales y familiares, pueden incluir actividades con pantallas juntos.

Sabemos que a los hijos les importa la opinión que los padres y madres tienen sobre ellos, pero ¿qué pasa si no quiere escucharnos y sigue manteniendo la conducta de juego?

Cuando no escuchan

Cuando no escucha, será nuestra responsabilidad ayudar al menor activamente a desengancharse. Es importante recordar el principio de autoridad, para evitar que el uso de videojuegos se convierta en una conducta adictiva con serias implicaciones para su salud, tanto cognitiva como emocional, física y social.

Unos padres que acudían a nuestra consulta habían intentado todo tipo de estrategias para desenganchar a su hijo de 15 años de los videojuegos. Hasta que un día, sacaron el ordenador de la habitación con buen humor y determinación y le dijeron: “el ordenador se ha ido de vacaciones”. Comentaron que fue el mejor verano de los últimos años. El chico estuvo de mal humor tres días, pero rápidamente observaron un cambio de carácter. Fue recuperando la empatía que aparentemente había perdido y retomando los intereses que había aparcado los últimos meses. Explicaron en consulta: “ya vuelve a ser él”, un comentario frecuente de padres que han pasado por procesos similares.

No obstante, debemos tener en cuenta que no siempre es posible, sobre todo, cuando observamos una escalada a nivel de agresividad o cuando se ha intentado varias veces sin conseguir un cambio. Asimismo debemos tener en cuenta que diversos trastornos de salud mental como el TDAH o TEA pueden predisponer a generar una adicción a videojuegos.

Será necesario, en estos casos, buscar ayuda psicológica especializada para recibir la orientación necesaria y poder aplicar las estrategias adecuadas para ayudarlo, cuanto antes mejor.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Dominica Díez Marcet no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.