 
En escasos días se cumplen cinco décadas desde que Marruecos invadiera el territorio del Sáhara Occidental.
Aunque oficialmente, desde un punto de vista simbólico, se escogiese el 6 de noviembre para escenificar, o mejor dicho, teatralizar lo que verdaderamente supuso el inicio de la condena al pueblo del Sáhara Occidental; la realidad del pueblo saharaui había empezado a cambiar drásticamente desde aquel 31 de octubre de 1975.
Marruecos invadió, y posteriormente ocupó, el territorio del Sáhara Occidental con el apoyo, la connivencia y la ayuda directa de actores con gran relevancia en el escenario político internacional del momento -y de la actualidad-.
Obviaron, así, el derecho a la autodeterminación e independencia que el pueblo saharaui tenía reconocido por la Organización de las Naciones Unidas desde 1963. Decidieron, por el contrario, tergiversar el contenido del dictamen emitido por la Corte Internacional de Justicia, y otorgarse por la fuerza aquello que el Derecho jamás les ha reconocido.
Desde ese momento, el destino del pueblo saharaui cambió para siempre. Desde ese momento, se enfrentaría al exilio, la ocupación, las guerras, la obstaculización constante de un proceso de descolonización inconcluso, el expolio de sus recursos naturales, incesantes intentos de imposición sutil o directa de soluciones contrarias a sus derechos y, de manera más acuciada en los últimos tres años, un cambio de posicionamiento por parte de varios países europeos que choca frontalmente con el apoyo incondicional ofrecido al pueblo palestino y sus pretensiones.
Especialmente sorprendente por su condición -todavía- de potencia administradora del territorio del Sáhara Occidental resulta la falta de coherencia evidenciada por parte del Gobierno de España en materia de Derechos Humanos.
Con todo, el pueblo saharaui demostró -y sigue demostrando- una enorme capacidad de resistencia y resiliencia, una unión férrea en torno a su legítimo representante -acentuada muy notablemente en los momentos más delicados-, la construcción de un Estado en el exilio y el escrupuloso respeto al fin último por el que sigue luchando medio siglo después.
Tras la ocupación, el pueblo saharaui enfrentaría la más dura represión, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, vulneraciones sistemáticas de las libertades individuales. Marruecos convirtió así el territorio ocupado del Sáhara Occidental en una cárcel a cielo abierto, en un escenario de impunidad donde negar la existencia del pueblo saharaui mediante todos los medios posibles.
No obstante, a pesar de la ferocidad del régimen de ocupación, la RASD como actor prominente en África, las victorias irrebatibles en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, la legitimidad indiscutible del Frente Polisario como único representante, el reconocimiento en el ámbito internacional constituyen pruebas irrefutables de la fortaleza de un pueblo para enfrentar la ocupación hasta la consecución de un Sáhara Occidental libre e independiente.
Por tanto, y pese al contexto internacional cada vez más incierto, la cautela, el convencimiento y la determinación, sin lugar a dudas, serán elementos decisivos en el futuro próximo del Sáhara Occidental.
Así, para el pueblo del Sáhara Occidental, como para el resto de pueblos que luchan por el efectivo ejercicio de sus legítimos derechos, la unión como herramienta para resistir no se erige como una opción sino como una obligación.
Obligación asignada y asumida a partes iguales, que en fechas como las que se aproximan, conviene tener presente. Especialmente, ante las filtraciones de las últimas semanas, y a las cuales habrá que prestar especial atención a su devenir.
Todas ellas apuntaban a un intento de Estados Unidos de imponer la aprobación de una resolución por parte del Consejo de Seguridad que abogase por la autonomía del Sáhara Occidental dentro de Marruecos como la única solución posible al conflicto.
Sea cual fuere, procede recordar que la historia ha demostrado sobradamente que no existe fórmula que pueda resultar impuesta a ninguna nación. Toda nación tiene el derecho y el deber de decidir consecuentemente su futuro. No hay nada más democrático, legal y justo.
Solo de este modo, cualquier solución resultará justa y duradera, porque de ser impuesta por actores externos, únicamente puede tener el mismo destino que el nuevo acuerdo entre la Unión Europea y Marruecos aplicable al Sáhara Occidental: el fracaso.

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