En las novelas de tribunales , el perito suele aparecer como figura casi mágica. Entra con bata blanca, voz suave y datos que parecen escritos en piedra. Su palabra puede inclinar la balanza entre libertad y cárcel. Pero la vida real tiene un talento especial para desmontar mitos.

Esta semana, en un juicio con jurado en Mallorca por la muerte de un bebé que fue arrojado en un contenedor, el cuento se rompió . Un perito autodenominado experto en medicina forense vio su credibilidad puesta en duda en plena sala y por la propia magistrada, garante del proceso. Y el juicio, que avanzaba con paso grave, se frenó como una bicicleta que descubre un bordillo inesperado.

El profesional en cuestión defendió que no había delito, que la bebé nació muerta. Sin embargo, no fue su tesis la que sacudió el proceso. Fue su currículum. Licenciado en Medicina y Cirugía por una Universidad de California, dijo. Diplomado en Anatomía en Harvard, añadió. Graduado y máster por media docena de centros, remató. Pero sus títulos no están homologados en España. Y para mayor bochorno tiene una condena por estafa relacionada con cursos y titulaciones, aunque recurrida . Así que, de pronto, los focos del tribunal ya no apuntaban al hecho investigado, sino a su silla.

La jueza, antes de seguir escuchando conclusiones, pulsó pausa. Ordenó pedir al Ministerio de Educación la confirmación de los títulos y suspender el juicio hasta tener respuestas. Y aquí se enciende la pregunta central: ¿necesita un perito titulación oficial en España para intervenir en un caso tan grave?

La respuesta corta es sí, casi siempre, cuando hablamos de materias reguladas como la medicina forense. La Ley de Enjuiciamiento Civil dice que el perito debe tener el título oficial correspondiente a la materia. Y si la disciplina no tiene título oficial, entonces bastará con conocimiento acreditado.

Procedimiento simple sobre el papel, pero exigente cuando el dictamen puede decidir una vida. No es lo mismo valorar una humedad en un piso que determinar si un recién nacido respiró o no antes de morir tras ser arrojado vilmente a un contenedor de basura.

Un título extranjero sin homologar puede ser muy valioso en términos de formación, pero ante un tribunal español no sirve para acreditar, por sí solo, la capacidad en una profesión regulada. Y la medicina es una de las más reguladas de todas. Para firmar diagnósticos, para tratar pacientes y también para presentarse como experto médico ante un juez, lo normal es que la titulación esté reconocida en España. La homologación no es un capricho burocrático. Es la puerta que comprueba que las llaves son reales.

Este asunto también deja ver otro punto importante: la confianza. El proceso penal no solo busca verdad, busca que esa verdad sea construida con garantías . El perito no es un narrador libre, ni un tertuliano técnico, ni un cuñado. Es una herramienta de prueba. Y si la herramienta genera sospechas, el sistema debe examinarla antes de usarla. De lo contrario, el juicio corre el riesgo de convertirse en un combate de relatos disfrazados de ciencia.

A veces la justicia avanza lenta, casi ceremoniosa. Y puede parecer tediosa cuando detiene un juicio para revisar documentación. Pero esa lentitud es la coraza que evita decisiones torpes o injustas. Que una defensa confíe su estrategia a un experto es legítimo. Que el tribunal verifique si ese experto tiene la base legal y académica necesaria también lo es. En realidad, es obligatorio.

Este caso nos recuerda algo sencillo pero profundo: en el aula, en el hospital y en el juzgado, los títulos no son medallas decorativas. Son pruebas de camino recorrido. Y cuando la vida y la libertad están en juego, no valen atajos, ni historias brillantes sin respaldo oficial.

El perito pidió no ser víctima de una persecución. El tribunal pidió papeles. El derecho, al final, suele hablar menos de brujas y más de documentos. Y hasta que lleguen esos documentos, la sala permanece en silencio , como si la ley respirara hondo antes de seguir hablando. Y a mí solo me ronda esa vida quizás cercenada antes de empezar, que en paz descanses criatura.

  • Eduardo R. Luna  es abogado y profesor de Derecho.