En los márgenes de la cumbre de APEC en Busan, Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron su primer cara a cara en seis años. Lo que parecía un nuevo capítulo de tensiones bilaterales derivó en una tregua técnica y comercial: reducción parcial de aranceles, reapertura de canales agrícolas y -clave para Washington- suspensión de los controles chinos sobre exportaciones de minerales raros. El punto político más llamativo, sin embargo, fue lo que no se escuchó. No hubo una sola mención a Taiwán. Ninguna referencia pública, ni en la sesión formal ni en los comunicados. En términos diplomáticos, el silencio fue total. Para una cuestión que durante siete décadas ha articulado la política de disuasión del Indo‑Pacífico, la inusitada omisión resultó significativa.
China acudió al encuentro con

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