El aceptar -no de manera fatal y resignada- que llegará el instante final de la muerte, se convierte en una motivación y aliciente para encauzar de manera frontal nuestra vida. Es decir, al aceptar la muerte no me estoy resignando, sino que estoy reasignando las tareas que me competen y que aún no he podido realizar.
La muerte es una certeza indubitable. Si he nacido, tengo también un forzoso término. Ninguno de nosotros, como señala un conocido refrán, queda para semilla. Es una verdad que debemos admitir con entereza, serenidad y humildad. Sin embargo, ¿estaremos realmente preparados para aceptarla? ¿La recibiremos como un galardón que se nos concede después de este azaroso viaje? ¿O, por el contrario, la contemplaremos con el temor de quien recibe un castigo? Tal vez, otros no la vean

Noroeste

Rockford Register Star Sports
AlterNet
The Week Politics
The List
ABC 7 Chicago Health
MLB
Empire Sports Media
Space.com
TechCrunch