Las elecciones suelen cambiar todo. Son los únicos momentos de verdad plena del sistema político, el punto final de todos los análisis. Desde las encuestas falsas a los sesgos ideológicos de los analistas mediáticos, todo muere cuando se termina de contar el último voto. El resultado es uno solo: en el caso de una elección intermedia, el grado de consenso social del proyecto político en curso. En el caso de una presidencial, la continuidad o despido de ese proyecto .

Antes de las elecciones se sabían tres cosas. Las dos primeras es que el oficialismo tenía un tercio asegurado y que no tenía el 56 por ciento del balotaje. Rondó el 40, que no es un triunfo arrasador, pero que alcanzó hasta para ganar raspando la provincia de Buenos Aires, donde unas semanas antes había perdido por paliza.

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