Desde que Carlos Fernando Galán cruzó las puertas del Palacio Liévano, en 2024, decidió mirar hacia un rincón de la ciudad que pocos ven: ese que huele a cartón mojado, a perro con hambre y a sueño en el andén. Allí viven los habitantes de calle, muchos acompañados por lo único que tienen —y que todavía los mira con afecto—: sus animales. De esa mirada, de ese vínculo que sobrevive incluso entre el frío y la basura, nació el programa Huellitas de la Calle.

Galán entendió que no se trataba solo de rescatar perros y gatos, sino también de rescatar algo de humanidad. Para hacerlo, articuló dos entidades que pocas veces habían trabajado juntas: la Secretaría de Integración Social y el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (IDPYBA). Una se encarga de las personas; la otra, de lo

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