Mientras las luces se intensificaban, los equipos se alineaban en el centro del diamante. Los ojos de los fanáticos se fijaron en el rostro de Clayton Kershaw , el pichador que había pasado la mayor parte de su carrera hombro con hombro con la gloria de Los Ángeles. Su mirada, serena, denotaba años de experiencia y la certeza de que, aunque el momento sea breve, cada segundo cuenta.
En la piecera, Kershaw se estaba preparando para su rol: un bullpen que se convertía en el último bastión de la defensa. No era su turno de lanzar, pero el peso de la responsabilidad era innegable. Cuando la bateadora mexicana Alejandro Kirk sacó una doble matanza que arrancó la carrera decisiva, el juego se cerró en un instante. Kershaw, absorto en la mecánica de su rutina, no percibió el cambio de juego ha

El Diario de Sonora

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