En una época en la que Medellín era apenas una villa de techos de teja y calles de piedra, Carlos Coriolano Amador Fernández ya hablaba de máquinas, bancos y minas. Nació en 1835 en una ciudad que apenas despertaba al comercio y murió en 1919 dejando una huella que aún atraviesa la historia empresarial de Antioquia. Lo llamaban “El Burro de Oro” , un apodo que mezclaba admiración y ironía, pero que terminó por definirlo: un hombre testarudo, trabajador hasta el exceso, y capaz de convertir su terquedad en riqueza.

Hijo de Juan Nepomuceno Amador y Antonia Fernández , creció en una familia de clase media antioqueña, con raíces españolas y un fuerte sentido del trabajo. Desde joven mostró una inclinación poco común hacia los negocios. No se formó en universidades prestigiosas, pero a

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