El músico, que actúa el miércoles en Madrid junto a la Orquesta Sinfónica de la RAI con Andrés Orozco-Estrada, reivindica la importancia de utilizar el arte para pronunciarse políticamente

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Michael Barenboim (París, 1995) tiene el tipo de currículum que asegura un lugar en el firmamento de la música clásica: el artista franco-alemán es maestro del violín de vanguardia, es profesor en Berlín tras haber logrado aclamación en salas como Carnegie Hall y es hijo del reconocido pianista y director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboim. Sin embargo, en un mundo en el que la música de élite a menudo se refugia en la neutralidad, el mayor legado que está dejando Barenboim es el de transformar su violín Stradivarius en un manifiesto político, con una parada sinfónica en el Auditorio Nacional de Madrid el 5 de noviembre y un 'tour' militante con músicos palestinos en febrero.

Utilizando el clasicismo para forzar conversaciones sobre el silencio, el privilegio y la responsabilidad del arte en tiempos de crisis, el camino de Michael Barenboim hacia el activismo político es un gran ejemplo de la tendencia contemporánea de involucrar la música clásica en las preocupaciones sociales. El instrumentista, que regresa al ciclo madrileño de Ibermúsica 13 años después de su última visita para interpretar el Concierto para violín núm. 4 de Mozart junto a la Orquesta Sinfónica de la RAI con Andrés Orozco-Estrada, acostumbra a usar su voz para abogar por la justicia y arrojar luz sobre el genocidio en Gaza. Es algo que considera “absolutamente crucial” en un momento en el que la cultura palestina se está perdiendo debido a la masacre.

“El genocidio de Israel es un intento de borrar el pasado, el presente y el futuro de los palestinos”, afirma Barenboim a elDiario.es. “La destrucción sistemática de universidades, escuelas, bibliotecas o archivos es una clara señal de que se quiere borrar una cultura y a su pueblo, además de lo que vemos en las noticias: infligir deliberadamente condiciones de vida calculadas para provocar la destrucción física de los palestinos, lo cual sigue ocurriendo”. Por ello, Barenboim es comisario junto al violinista palestino Tyme Khleifi del ciclo de charlas mensuales Kilmé, dedicado a artistas, intelectuales y académicos palestinos como plataforma para que presenten su trabajo y hablen libre y abiertamente sobre temas que les importan.

El intérprete siempre ha tomado conciencia de la relevancia de posicionarse y manifestarse públicamente, y lo fundamenta en que “todos tenemos una responsabilidad como parte de la sociedad civil”: “Vivo en Alemania, un Estado profundamente cómplice del genocidio de Israel contra los palestinos. Es esencial que las personas que tienen la posibilidad de pronunciarse de forma clara en contra de esta complicidad lo hagan. En mi opinión, es una obligación. Por eso soy tan activo en este tema”. El músico reconoce que “hay mucha presión” cuando se tiene un compromiso público y político tan constante con Palestina, pero no le preocupa afrontarlo. “Comparado con lo que sufren los palestinos, no es nada”.

Michael Barenboim también es miembro fundador del Ensamble Nasmé, conformado por músicos palestinos y con quienes realizará una gira por A Coruña y Valencia el próximo febrero. Los artistas de Nasmé proceden de diferentes partes de la Palestina histórica y todos son músicos clásicos, por lo que tocan temas como el Quinteto para clarinete de Mozart, obras clásicas de compositores palestinos y obras basadas en canciones palestinas. “En un momento en el que se está intentando borrar a los palestinos como grupo, para mí era fundamental contribuir a la lucha contra este silenciamiento amplificando las voces palestinas tanto como pudiera”, explica el violinista a este periódico.

Uno gran reto pendiente es que se desarrollen proyectos educativos para que los músicos palestinos tengan oportunidades más estables. “En Europa tenemos la obligación de apoyar a los artistas y académicos palestinos”, reivindica Barenboim. Ya sea mediante subvenciones, becas o oportunidades de enseñanza y estudio, el artista afirma que “es la única forma en que podemos luchar contra el escolasticidio [término acuñado para dar cuenta de la deliberada destrucción del sistema educativo palestino] en este momento”. En el pensamiento crítico del violinista ha sido determinante la West-Eastern Divan Orchestra, orquesta fundada por su padre y por el ensayista palestino Edward W. Said, en la que es concertino desde los 14 años. Esta reúne a músicos israelíes, palestinos y árabes, e Ibermúsica la presentará en febrero bajo la batuta de Zubin Mehta.

Permanecer en silencio ante un genocidio perpetrado en nuestro nombre equivale, como mínimo, a una aceptación tácita del mismo. Debemos oponernos a él, de forma visible y enérgica.

Con respecto a si la música puede provocar cambios concretos en la política, Michael Barenboim comenta que “los problemas políticos necesitan soluciones políticas”. “Los palestinos han sido desplazados por la fuerza, desposeídos, han visto cómo su tierra era fragmentada y anexionada, y esto de forma continua como parte de lo que se denomina 'la Nakba en curso'”, dice el intérprete, que indica que “esto debe abordarse en términos de los derechos humanos de los palestinos, incluido el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares”. Y no duda en que se ha de mezclar arte y política: “Permanecer en silencio ante un genocidio perpetrado en nuestro nombre equivale, como mínimo, a una aceptación tácita del mismo. Debemos oponernos a él, de forma visible y enérgica. La frase de 'el silencio es complicidad' es correcta”.

Como parte de un colectivo de artistas llamado Make Freedom Ring que organiza conciertos benéficos para Palestina, Barenboim utiliza su plataforma tanto fuera del escenario como subido encima de él. Su actuación de este miércoles en Madrid permite escuchar de cerca a una de las voces más reivindicativas de la actualidad. Para él, ser un invitado de la serie Ibermúsica es un “honor” y un “auténtico placer”. “Este concierto es uno de los más conocidos del repertorio. Incluso después de haberlo interpretado docenas de veces, sigue siendo extremadamente difícil transmitir toda su belleza y carácter”, cuenta el violinista, que confiesa que sigue “disfrutando mucho” cuando lo toca “incluso después de muchas actuaciones y a pesar de la dificultad”.

Tras comenzar a tocar el piano con solo cuatro años, y después de pasarse al violín en 1992, cuando su familia se trasladó a Berlín, Barenboim se ha consolidado como un especialista en el repertorio de los siglos XX y XXI, incluyendo a Béla Bartók, Salvatore Sciarrino y Pierre Boulez. A lo largo del tiempo ha conocido a personas imprescindibles en su desarrollo personal y profesional, como es el caso de Edward W. Said, escritor del que dice que ha “aprendido mucho”.

No obstante, pese a la devoción del artista por la música clásica gracias a Daniel Barenboim, a día de hoy sigue siendo necesario apostar por iniciativas que aumenten el interés de los jóvenes en ella. “En última instancia, vemos, especialmente en lugares como China y Corea, que es posible generar un gran interés por la música clásica entre los jóvenes. En Europa deberíamos aprender de estos ejemplos”, expone el violinista. El concierto del miércoles dará comienzo con la rompedora obertura de Guillermo Tell de Rossini, culminando con una de las obras orquestales más singulares de la historia, la Sinfonía de Berlioz. Y, mientras tanto, Michael Barenboim tendrá bien presente a su padre: “De él he aprendido casi todo lo que sé sobre música. Por encima de todo, aprendí que para ser artista hay que entregarse al 100% a lo que se hace”.