En las últimas décadas, la incorporación de la Inteligencia Artificial (IA) en la investigación científica ha pasado de ser una promesa a una práctica creciente. Su capacidad para analizar grandes volúmenes de datos, identificar patrones complejos y acelerar descubrimientos resulta sin duda seductora.

Sin embargo, ese mismo poder exige reflexión ¿qué beneficios reales trae, qué retos plantea y cuántos errores podrían colarse si falta la supervisión humana? El equilibrio entre innovación y rigor hace que este sea un tema central en la ciencia contemporánea.

Para comenzar, la IA amplifica lo que los investigadores pueden hacer en un tiempo limitado. Estudios recientes muestran que los trabajos que emplean IA tienen un “premium de citación” respecto a los que no lo hacen, lo que sugiere que

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