Estaba pendiente una nota cuya continuidad quedó comprometida por el asesinato de Carlos Manzo (de la inmundicia local ya me puedo ocupar después).

Hay muertes, ciertas muertes, cierto tipo de muertes, que no sólo interrumpen una biografía, sino que exhiben el tamaño de una ruina; de una ruina colectiva, para ser exactos. La de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, es una de ellas. No murió por azar ni por estar en el lugar equivocado, lo mataron porque representaba la posibilidad de que en Michoacán un hombre honesto ejerciera el poder sin deberle nada a nadie; En esta hora, en México, ése es, ya, un delito no tipificado.

Manzo llegó al cargo sin partido, sin padrinos y sin consignas; en una tierra donde la lealtad se alquila, eligió el camino de la autonomía, ése que deja al func

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