Los recientes asesinatos de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, y de Bernardo Bravo, líder de productores de limón en la misma entidad, no son hechos aislados. Son síntoma de una gangrena que carcome el proyecto de la Cuarta Transformación (4T) y desnudan la profunda brecha que existe entre la narrativa oficial y la alarmante realidad que vive el país.
Uruapan, el segundo municipio más poblado de Michoacán, es conocido como la «Capital Mundial del Aguacate». Esta denominación, que debería ser sinónimo de prosperidad, se ha convertido en una maldición. La alta producción del llamado «oro verde» lo ha puesto en la mira voraz del crimen organizado, que ejerce un control férreo mediante extorsiones en toda la cadena productiva: desde el cultivo hasta la distribución. En

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