Funcionarios y generales mexicanos prometieron a un empresario estadounidense recuperar una mina en Sonora, pero solo si recibían considerables sobornos. Para el hombre, recuperarla era más que un negocio: era un ajuste de cuentas con su pasado y una oportunidad de retribuir al orfanato que lo crió
A toda velocidad por la autopista, a más de 160 kilómetros por hora, un convoy de vehículos de la policía estatal atravesaba los topes de la entrada a un pequeño pueblo del desierto sonorense. Pasar sobre ellos era un infierno, pero Alejandro Sánchez sabía que reducir la velocidad era demasiado arriesgado: aquí, los lugareños los llaman “badenes de la muerte”, porque al bajar la marcha se les da a los francotiradores del cartel una mejor oportunidad para matarte.
Sánchez y los agentes que lo e

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