La acusación brotó de los labios de una adolescente enfurruñada: "los chicos se han convertido en unos princesos". ¿Princesos? Nunca había oído el término y, con esa condescendencia de los que nos creemos informados, achaqué la expresión a una broma particular.
El azar quiso que, un par de días después, pillara al vuelo el mismo palabro. Las redes me rescataron rápidamente de mi desfase generacional. Pues sí, el calificativo está a la orden del día. Otra cosa es que haya unanimidad sobre su significado.
Hay acuerdo en que la expresión nació en México y que en su origen describía a hombres heterosexuales que daban una patada al rol masculino tradicional -ese machote rudo y competitivo que se pavonea de sus ligues- y se sentían cómodos explorando una actitud más emocional y empática.
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