Nunca había imaginado a un crítico de arte capaz de tanto piropo, de tantas reflexiones sobre los ojos y la estatura de una pintora”. Así ironizaba Maruja Mallo en una carta fechada en mayo de 1936 y dirigida a Ricardo Gutiérrez Abascal, director del Museo de Arte Moderno, que firmaba sus columnas para el diario El Sol bajo el seudónimo de Juan de la Encina.
Pero la artista no se quedaba en la ironía. Reprochaba al experto su “tonillo pedantón, más bien agrio que templado, perdonavidas, suficiente y desagradable”. Y concluía su misiva con todo un ejercicio de dignidad disfrazado de disculpa: “Perdone lo que pueda creer insolencia en estas letras y considere lo doloroso que resulta para una pintora que se plantea los problemas con toda rigurosidad verse tratada como un suceso de ‘ojos ne

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