¿Recuerdas a Homer Simpson dormido frente al panel de control? Durante años, esa ha sido la imagen más popular de una central nuclear: barras brillantes, botones rojos y donuts. Otros, en cambio, pueden pensar en sirenas, humo negro, trajes de protección y nombres que siguen pesando: Chernóbil o Fukushima.

Entre la ficción y el miedo colectivo, hay una historia mucho más normal —y a la vez más asombrosa— que suele pasar desapercibida: la de unas fábricas gigantes que producen electricidad a partir del poder de los átomos.

Si te acercas a una, verás torres que parecen respirar vapor de agua. Y dentro, oculto tras un corazón de acero, millones de átomos partiéndose en dos, liberando una energía tan enorme que basta con un puñado de uranio para alimentar una ciudad durante días.

Aunque el

See Full Page