Al caer la noche, un niño de preadolescencia se sumó a la búsqueda de dulces, pero el juego tomó un rumbo distinto cuando, sin previo aviso, comenzó a vomitar y a sentir un dolor intenso que le asaltó la cabeza. La hospitalización inmediata y la urgencia que siguió a la llamada de emergencias revelaron la gravedad de la situación: un aneurisma cerebral roto.

Dios se habría atado bien a una historia que incluyó tanto la enfermedad de tipo 1 de su corazón, como una condición genética que afecta el tejido conectivo. Se sospecha que el origen del aneurisma estaba vinculado a esa compleja génesis, lo que llevó a los especialistas a concluir con los resultados que cambiaron el rumbo de la noche.

Entre el hospital, la familia, y los compañeros de juego, se forjó una conversación que sería decis

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