Nicolás Terán descubrió hace pocos años que no era solo una travesura, sino un indicio. Fue una epifanía: recordó que se gastaba la plata que tenía para almorzar en los fichines de la avenida Cabildo para jugar horas al 1942 , un juego de aviones, un arcade de desplazamiento vertical, popular en los años noventa. No comía, solo se tomaba un naranjú, y hasta faltaba al segundo turno del colegio. Por entonces vivía en Belgrano con su familia. Jugaba al fútbol y al tenis en River. Tenía solo doce años y había perdido el interés en el estudio y en el deporte. Lo identifica, a los cincuenta años, como su primer consumo problemático.

Después hubo otros. Había encontrado un equilibrio entre el consumo de alcohol y cocaína para sostener lo que él define como su personaje: un tipo canchero, des

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