Lo malo del otoño es que los días son más cortos -para muchos más tristes-, el bronceado y las tardes de playa ya quedan lejos y el frío empieza a llegar para quedarse. Lo bueno es que podemos permitirnos pasear las calles de Madrid, disfrutar de su paisaje ocre y aprovechar los fines se semana para sentarnos a la mesa de un brunch y que cuando salgamos aún sea de día.
No sabemos si porque nos estamos volviendo más europeos o más mayores pero parece que lo de adelantar los horarios -en algunas costumbres- lo hemos acogido con gusto. Es el caso del tardeo pero también el del brunch, esta fusión de desayuno y almuerzo que nació en Reino Unido a finales del siglo XIX y que de un tiempo a esta parte se ha instaurado como si de una costumbre más de nuestra cultura se tratase.
A estas alturas

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