El antisemitismo no es de derecha ni de izquierda, no pertenece a una ideología ni a una clase social, tampoco responde a un credo ni a una nacionalidad. Es un reflejo humano primario, persistente y transversal: la envidia sin justificación política. Los demás “ismos”, como racismo, clasismo o machismo se dirigen contra el débil o el diferente; el antisemitismo se dirige contra quien se percibe como más capaz. No nace del miedo ni del odio inicial, sino del resentimiento ante la superioridad percibida. Por eso no desaparece.

El caso de la izquierda es evidente. Cuando figuras como Zohran Mamdani , desde un progresismo de manual, acusan a Israel de colonialismo y opresión, no lo hacen desde la compasión por los palestinos, sino desde una rivalidad disfrazada de justicia. En el fondo, l

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