La losa era pesada. El Girona saltó al césped con una mochila llena de piedras y críticas, hundido en la tabla. Las sirenas sonaban en Montilivi, también en el banquillo de un Míchel que apuraba su gran crédito. Los malos resultados amenazaban con tumbar el buen trabajo del técnico y su cartel de indispensable en su lustro en el club. Porque esa mejora que lleva pregonando el entrenador desde hace tiempo, cada partido un poco más competitivos los suyos, chocaba una y otra vez con la fragilidad defensiva y la inocencia en ataque. Hasta la visita del Alavés .

Ante los vascos, en un duelo marcado a fuego, conjurados los jugadores y el madrileño, los gironins dieron ese paso adelante que requiere la élite, más concentrados en cada acción y agresivos en las dos áreas, para brindar a la afi

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